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En los últimos cinco años, el promedio de incendios forestales registrados en Brasil asciende a 53.191, según el Instituto Nacional de Pesquisas Especiales (INPE). En lo que va de año, la cantidad se incrementa en un 40% por encima del promedio. Queda allí registrado. En los últimos días, las llamas se extienden a lo largo de ese extenso pulmón del mundo que se denomina Amazonas. En Bolivia son miles de hectáreas las que se han consumido por el fuego.

Esos gigantes árboles que tardan décadas en alcanzar su magnitud, calcinados. Los animales se mueven con la velocidad que cada uno tiene para intentar escapar de una muerte anunciada. El mundo se enmudece; en ocasiones, tiene más valor el precio de la divisa que el coste invisible de respirar. El mercado deja de cotizar la nobleza vestida de verde que contiene nuestra selva. No se transa, no se mueve, no se palpa.

Perú amanece con una capa fina de humo en Tambopata y ni el nombre de su Departamento “Madre de Dios” le otorga la suficiente fuerza para que sea atendido. Está allí, gris; como se suele vestir su capital, sólo que esta vez no por cotidianidad; algo está pasando, pero no tiene la suficiente importancia (aparente) para que sea atendido.

“Los tres gigantes” se desvanecen en más de 20.000 hectáreas en Paraguay, si algo tiene velocidad de propagación es el fuego. Se mueve a la velocidad traicionera, vengativa, inesperada, nefasta. En la deforestación se ve el negocio de exprimir la selva, pero ni la propia rentabilidad de la ganadería, maderería o minería, está exenta del peligro de meterse con ella, porque el pulmón vegetal no perdona y el dinero no hará que respiremos mejor.

Tumeremo, El Dorado y El Callao no entiende del tema, desde que les dieron carta blanca y presidencial como “Zona de Desarrollo Estratégico Nacional” en una extensión de más de 100 mil kilómetros, la tierra tiembla. De manera invisible, día a día, se explota. Gramos que se comercian en cantidades irracionales les dibujan sonrisas a los indígenas que se juegan la vida acabando con su territorio.

El mundo reacciona ante el precio de lo tangible, dejando a un lado lo que nos hace libres y humanos. Grita la selva, en un grito desesperado contándonos que no puede seguir aguantando tanto, mientras el mundo comercial pasa a otro anuncio de su marca preferida y vuelve al supermercado a ver si hoy sí encuentra la harina y otros, continúan arrasando los recursos naturales ajenos y prestados, hasta que se acabe y entonces no podamos ni pensar, cuánta riqueza tenía la tan noble selva.




Por Verónica Ponte Ayala
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