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Anécdotas de un bosque culpable


La desesperación comienza a tocar a la puerta. Con las uñas comienza a arañarse la cara, en un desesperado intento por salvarse de su inevitable destino.


Por Alfredo Mujica

Yace su cuerpo en el piso, la esperanza que albergaba ha abandonado su rostro. Sus manos están heladas, como un glaciar. Lo que alguna vez fue un hombre, no es más que el despojo, el remedo de un ser que alguna vez existió. ¡Oh, pequeño significado! Tan pequeño que, en todo caso, no alcanza a cubrir el recuerdo que nunca fue deseado.

Pronto se encuentra a sí mismo en un bosque. La niebla ha consumido casi en su totalidad al follaje, entre árboles con sogas atadas a sus ramas. Sus pies, poco a poco, comienzan a ceder. A pasos cortos y torpes se adentra en la infinita arbolada. Frascos vacíos y vendajes ensangrentados permanecen en el suelo.

Un hedor, la putrefacción invade el aire. Poco tiempo pasó para que su estómago se vaciara y el suelo quedara manchado. Se tapa la nariz en busca de un escape, pero es inútil, el olor se impregna a su cuerpo. Corre desesperadamente en busca de una salida, pero solo consigue precipicios, a menos que eso se considere una salida.

La desesperación comienza a tocar a la puerta. Con las uñas comienza a arañarse la cara, en un desesperado intento por salvarse de su inevitable destino. El frío había afectado su tacto y su audición, el hedor su olfato, la niebla su visión y por la sangre que pululaba en su boca, su sentido del gusto.

Con un gran esfuerzo, logra caminar un poco más y llegar hasta un gran árbol, el cual estaba rodeado de otros más pequeños. Esos le impedían el paso, no alcanzaba a seguir más adelante. Sus piernas ceden y cae sobre sus rodillas. Al levantar su mirada, un grito ensordecedor. Observó el cuerpo de una joven ahorcada en una de las sogas. Claramente había sido golpeada antes de ahorcarse, o de haber sido ahorcada. Un miedo inexplicable inunda su cuerpo, reconocía los ojos de aquella mujer. Ojos que lo persiguen y asechan. La cordura había perdido, ahí tirado, en su bata blanca y espumosa, cómoda habitación.
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