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Doce cantos pandémicos


Breves textos con aire poético que surgieron durante el último año, hijos de la enfermedad y el encierro; escritos entre la ventana y el mundo, entre los sonidos que van dejando las canciones y series recomendadas, la melodía de los libros que distraen la mente, el ruido que llega de la calle y el silencio propio

María Angelina Castillo

I
Del otro lado de la ventana
una música suena
como un latido.
Es tal vez la noche palpitando
entre la brisa,
la respiración dormida de las cosas
a lo lejos,
un rumor monótono en el que todo vibra
y todo muere
para volver a nacer mañana.

II
Es mi piel un temblor
que ofrezco
en la penumbra
de tu templo lunar
casa de dioses y viejos fantasmas.
Rozo tu cuerpo
que se inclina sobre la noche
muro herido de grietas
barca solitaria en un mar
que se agita
que gime suavemente
cuando mi boca
lo llama.

III
Crees
que alguien te espera del otro lado.
¿Quién ha de llamarte para volver a andar?
La noche pasa y pesa
del otro lado del túnel.
La carretera
el movimiento.
La nostalgia por el viaje
que se ha detenido
que nos obliga a recorrernos
en la quietud.
El silencio
como el último de los poemas posibles.
Contemplar
es también una forma de hacer destino.

IV
Escuchar la lluvia
como si fuera el mar
reventando con furia
contra la nada
en su inmensidad de sueño
mientras nosotros
frágil mordida
en la piel de los astros
vamos consumiéndonos
en lo oscuro.
Escuchar la lluvia
como quien recuerda
en la grave soledad
de la distancia
y creer que es el mar
reventando
como último acto de renuncia.

V
Mientras duermo aquí
quizás estoy despierta
en otra parte. En un
segundo infinito
donde este no es mi rostro
ni estas manos mis manos.
Un lugar en el que construyo
algo que se bifurca y no termina.
Pero entonces me nombras
y me traes de vuelta
de los sueños,
me acaricias en silencio
mientras amanece en la ventana.
Y eres lo construido
el templo donde resguardo
el fuego
la memoria.

VI
Esa cercanía del abismo
me recuerda cuán viva estoy
sobre esta roca.
Miro la noche y busco
la redención de este cuerpo
roto
el momento de regreso de la
locura.
Bailo en mi piel enferma sobre estas hojas
caídas torpemente sobre la tierra.
Canto a la belleza del mundo simple
que se oculta debajo de las cosas.
Canto a la palabra
que me pronuncia
salvándome
deformándose
en furiosa representación.

VII
Me sueltas la mano
en la orilla
y sigues viaje adentro
hacia el mar
y te pierdes
en el silencio agitado
de la tierra.
Se ha extinguido el rumor
que nos sostiene, dijiste.
No bastará gritar
para salvarnos

VIII
Hay un ruido afuera
que no se extingue,
una máquina infinita
que sigue armando figuras
que ya no se parecen a mí.
Mientras mi cuerpo
en el encierro
se quiebra
silencioso
liviano
en una sucesión de instantes
que no transcurren.

IX
La oscuridad fue quedándose
contigo;
pero tu olor y tus
rumores
aún llegaban
como una sentencia.

X
Mi madre existe
en todos los lugares.
Es el inicio de todo viaje
y el destino donde descansan
mis pies planetarios.
Es el sueño que duermen
las muñecas de trapo de la casa de mi madrina.
Es el lugar donde terminan
todas las huidas.

XI
Hoy la brisa me convoca
y una nube se engancha
en el azul redondo
de arriba.
Las plantas se juntan
asintomáticas
se extienden.
Y gravitan en lo húmedo
las mariposas.
Ha amanecido el día,
finalmente,
venciendo el secreto final
de las cosas.

XII
He mirado mucho tiempo
hacia afuera
quebrándome
en el ruido áspero
en el día indigno
que cargan de misiles los de allá.
Muerde.
Mandíbula.
Ese hábito terrible
de deambular por los crepúsculos
soportando los confines
de todas las memorias.
Pero calla,
calla.
Deja correr el dolor
que todo se derrumbe
y revienten tus formas las tinieblas
para volver a construirte
después.




Fotografía:
Autopistas (túnel). Caracas, ca 1963: Tito Caula ©Archivo Fotografía Urbana

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