I
La voz de la mujer al otro lado del teléfono era temblorosa, denotaba pánico. Estaba secuestrada pero como pudo se armó de valor y llegó hasta el teléfono. Llamó a los rescatistas. Pidió fueran prudentes porque temía las represalias en su contra. Asintieron. El rescate sería rápido y sin escándalo. Notaban la desesperación en su voz.
II
Aquella mañana la mujer había salido muy temprano, la tomaron por sorpresa y la llevaron a un lugar para ella desconocido. Pidieron un rescate que sabían inútil. Lloró descontroladamente, se quedaba sin aire mientras el carro aceleraba y ella se alejaba de su casa. Sintió que era el final de todo y no podía hablar.
III
El esposo estaba frustrado. Buscó por todos lados, dio parte a la policía y aceptó pagar esa suma ridículamente alta de dinero. Valía la pena. Los ceniceros ya no aguantaban una colilla más. Pidió una investigación exhaustiva y contrató a un detective privado. Interrogaron a los vecinos. Buscaron rastros de forcejeo en las cerraduras de la casa, o trazos de sangre. Alguna prueba de un encuentro violento. No hallaron nada.
IV
La mujer dio lujo de detalles a sus rescatistas. Las horas interminables en el cautiverio, y el maltrato físico y psicológico al que era sometida, la hizo pensar muchas veces en terminar con su vida. Las paredes rosa vieja, la mesita con la lámpara amarilla junto a la ventana, desde donde solo se veía un bosque donde nunca pasaba nada ni nadie.

V
La policía llegó intempestivamente. Los vecinos describieron el carro que aquella mañana se había llevado a la mujer de su casa. El detective privado hizo el resto. Para el esposo todo había quedado claro. Los policías tumbaron la puerta y dieron la voz de alto. Tomaron a la mujer y la llevaron a la comisaría donde, ahogada en llanto, pedía que no la dejaran ir de nuevo a ese sitio, y se sintió de nuevo presa del pánico.
VI
El esposo la maltrató una vez más cuando regresó a la casa. Simular un secuestro fue inútil. Volvía al infierno de sentirse secuestrada en su propia casa. La encerró en el mismo cuarto de paredes rosa vieja, con la mesa y lámpara amarilla junto a la ventana, con vista hacia el bosque, donde nunca pasaba nada ni nadie.
Por Antonio Rivas
Ilustración: Leonardo Pérez (Yayo)
Lo digital es cultura. Todos tenemos un sello que mostrar.
@SelloCultural