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Esa extraña sensación de andar sin patria 


El escritor venezolano Rodrigo Blanco Calderón publicó Simpatía (Alfaguara, 2020), novela que parte del abandono de perros en la calle producto de la migración masiva y viaja en torno a las relaciones conflictivas entre padres e hijos, al poder y la presencia del hombre fuerte, la violencia y la inevitable sensación de soledad

María Angelina Castillo


A pocos minutos de haber comenzado la conversación, un ruido se entromete en las palabras. “Explotó otro transformador y nos volvimos a quedar sin electricidad”, pensé pero no dije nada. Miro y la llamada sigue andando en el celular. Del otro lado, desde Málaga, Rodrigo Blanco Calderón dice que ha sido Xica, su Shih Tzu, que ha estado jugando con su hueso cerca de él. Los perritos se apoderan de la entrevista y en torno a ellos gira Simpatía, su más reciente novela (Alfaguara, 2020).

Si en The Night –con la que ganó la III Bienal de Novela Mario Vargas Llosa– reinan los apagones y la crisis del sistema eléctrico venezolano, en Simpatía el abandono es otro: el de los perritos que van quedando en las calles cuando sus dueños deciden emigrar sin ellos. En torno a esta imagen giran conflictos familiares, principalmente en la relación de padres e hijos. Hay despedidas y una misión importante que ha sido encargada al personaje principal, Ulises Kan: darle vida a una fundación para perros abandonados en la casa del general Ayala. Esto irá desatando batallas familiares, en un país que huye del plomo con los zapatos rotos.

Rodrigo Blanco Calderón (Caracas, 1981) escritor, editor y docente, es autor de los libros de cuentos Una larga fila de hombres (Monte Ávila, 2005), Los invencibles (Random House Mondadori, 2007) y Las rayas (PuntoCero, 2011). Trabaja en varias novelas, dice que siempre está trabajando en varias novelas. Y en ellas, inevitable, sigue Venezuela. 

El abandono, el exilio, el huérfano, el estéril… imágenes brotan de la novela y que transmiten una terrible sensación de soledad
Comienzo a escribir la novela a partir de esa situación que se vio en Venezuela del abandono de perros junto con la migración masiva. Yo estaba al tanto porque mi familia materna, específicamente mi hermana, creó una fundación que se llama Empatía Animal para el rescate de los perritos. Mientras, mi esposa y yo vivíamos en París  y teníamos una entrada de dinero extra cuidando perros de parisinos que se iban por el fin de semana o de vacaciones y nos los dejaban en nuestro apartamentico. Esto se concretó en una imagen: qué podía estar detrás o cómo era la vida de alguien capaz de abandonar a un perro. Y partí de ese alguien que abandona y otra persona que empieza a seguirlo y descubre algo. Esa imagen inicial luego se transformó en muchas otras cosas y de ahí fue dándose de manera nada planificada esta situación de soledad, de orfandad y abandono que empezó a contagiar a todos los personajes. Fue en el proceso de escritura que les di categoría de huérfanos y los fui conectando. Ya ahí había una imagen que, sin darme cuenta, conectaba a los perros con la condición de estos personajes masculinos que tienen esta especie de profunda soledad. Es algo que atraviesa toda la novela.


La historia no escapa de ese estigma venezolano del culto al héroe, representado en Simón Bolívar y en la figura del militar
Esta vez quise que el elemento histórico estuviese más de fondo, que no interviniera tanto para concentrarme más en las dinámicas de los personajes. Pero escarbando un poco reaparece siempre en muchos elementos interesantes. Por ejemplo, la leyenda de Nevadito, que está recogido en el texto de Tulio Febres Cordero, es un texto muy interesante porque muestra una faceta de Bolívar que no aparece en otros libros y es el Libertador llorando, y llorando, además, por su perro. Pero cuando uno habla de Bolívar está también ese hecho de profunda ironía: el llamado padre de la patria fue huérfano, viudo y estéril. Es una imagen terrible de padre la que hemos tenido los venezolanos. Utilizando ese título de Jorge Barón Biza: el desierto y su semilla. Los venezolanos somos esa semilla del desierto que es Simón Bolívar. Y ha sido castrador para la historia del país el uso que se ha hecho de su figura. A mí me fastidia profundamente que el personaje se entrometa incluso en una novela como esta.

¿Cómo se escribe sobre la crisis venezolana desde afuera?
Tiene un costado muy angustiante de ver las noticias y todo lo que pasa, porque es estar desde afuera y sentir que uno no puede hacer nada. Pero a la vez te da también cierta distancia que es necesaria precisamente para tratar estos temas. Esta es una novela que yo escribí en tres meses y medio en el año 2018, y se vino a publicar tres años después, en parte porque el proceso de edición y de corrección me tomó mucho tiempo para que la novela se quedara en un punto medio entre el estar afuera y el estar dentro de Venezuela. Entonces, en la primera versión había quizás muchos excesos en el modo de reconstruir el drama de la precariedad en Venezuela, que en la última versión reduje a lo que consideraba era necesario, pero sin caer en el efectismo. Lo que traté fue de mostrar la debacle en ese aspecto de la narrativa, pero a  través de las acciones y no un discurso que explicara a un lector qué es lo que sucede en Venezuela. Entonces ese capítulo en el que Ulises le da la cola al cerrajero y ve sus zapatos desgastados porque anda a pie, fue mostrarlo de una manera más natural y cotidiana, como son las conversaciones que yo tengo con mi familia o con amigos que están allá.

¿De qué forma entra en la historia la escritora británica Elizabeth von Arnim?
Ya yo había comprado dos libros de ella: Elizabeth y su jardín alemán y Todos los perros de mi vida. Los había ojeado pero no leído. Y cuando ya sabía que iba a estar metido en esta escritura, pedí que me mandaran algunos libros de Caracas, entre esos, los de ella. Los leí porque de alguna manera tenía la intuición de que me iban a servir para la novela. Y en efecto, a mí me gusta introducir la figura de algún escritor o artista en todo lo que escribo, que sea como uno de los núcleos del relato. Y cuando leí esas memorias de Von Arnim me pareció un personaje interesantísimo y quise hacer de ella la obsesión del personaje de Altagracia, la mujer del general Ayala. Este es un punto de conexión con el resto de mi trabajo: que mi escritura refleje mis hallazgos como lector. Es un guiño que hago a ciertos lectores curiosos.

En los personajes femeninos, más que abandono hay maldad y muerte, ¿cómo fue esa construcción?
Paulina se dio de un modo que uno no calcula. Se dio de forma natural como un personaje malo. Me gustó que fuese un deseo inconsciente de plantear y recordar en esta época la posibilidad de la maldad en cualquier ser humano, sea hombre o mujer. Pero no es algo que tenía en mente cuando lo escribí. Lo cierto es que Paulina se articuló como un personaje muy malo, aunque no es el único: el abogado Aponte hijo es terrible. Hay todo un entramado de corrupción que apunta a todo. En el caso de Nadine, desde el principio tenía claro que iba a ser un personaje atormentado, enigmático y que iba a ser sacrificado. Eso sí estaba muy claro, porque también en Venezuela la violencia contra la mujer es una constante, algo que parece inalterable y ya lo reflejaba en The Night, en la que era un objetivo muy consciente tocar el tema de los feminicidios. Todo lo que allí pongo como denuncia de violencia contra la mujer en ocasiones ha sido más bien interpretada como celebración de esa violencia, y hasta me han dicho machista. Y uno se pregunta, qué sucede.

Una de las frases que han destacado de la novela: “Así nos marchamos los que nos quedamos”. Allí están las despedidas obligadas, el irse sin querer hacerlo…
Hay una parte importante del país que se marchó. Somos más de 5 millones de venezolanos afuera. Es un problema grandísimo que no se había dado en esas dimensiones en América Latina. Pero no hay que olvidar que la mayoría del país sigue en Venezuela y esa sensación de extrañamiento, abandono y de desarraigo también la tienen quienes siguen allí. Creo que tenemos esa misma sensación de orfandad con respecto a un país que ya no está, que murió. Y no hablo de Venezuela como lugar, que va a seguir existiendo. Sino de ese país en el que nacimos y que forjó nuestra identidad. Siento que una parte muy importante de mi individualidad ha cambiado muchísimo desde que me fui y eso está ligado a que, además, no puedo regresar como quisiera. Quienes nos fuimos no tenemos la posibilidad normal de tener un pasaporte y volver cuando queramos. Eso de irte y no saber cuándo vas a volver genera una sensación de desamparo.

¿Y cómo afecta esto la relación con la identidad?
Afecta muchísimo. Hay muchas cosas que yo daba por sentadas que ya no existen. A mí eso me ha transformado en una persona más desapegada con muchas cosas, porque si perdí un país qué es lo demás. Es como que todo queda sujeto a cambios. Y nosotros en Málaga nos hemos adaptado muy bien y nos encanta, pero a la vez uno sigue siendo un extranjero y pareciera que esa sensación va a estar allí siempre. Y esa va a ser tu nueva identidad. Esa cosa intermedia. Y supongo que para quien se quedó también; es como me quedé, tengo los pies todavía, reconozco el entorno, pero a la vez estoy constantemente imaginando cómo sería la vida si me hubiera dio.

Y esa doble faceta del perro en la historia y en la vida: muestra las penurias pero también un amor incondicional
Los perros tienen esa doble faceta: son seres que por estar en este mundo de humanos a la fuerza nacen en una precaria orfandad y a la vez tienen una capacidad de amor y de fidelidad absoluta. Es como una especie de ideal inalcanzable para el ser humano, que es mucho más complejo y mezquino, por decirlo de alguna forma. Esa relación con la imagen del perro es problemática y la refleja muy bien el propio Ulises, un personaje que me parece esencialmente bueno pero que tiene una incapacidad profunda para establecer relaciones emocionales con su entorno. Y la novela muestra su última tentativa de intentar aprender a conectar con las personas.


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