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Furia en el camino, menos transgresora que un pingüino

Un mundo posapocalíptico es la exacerbación de los miedos humanos. Reflejarlos en el cine requiere la acentuación de temores como individuo y sociedad, y eso es lo que logra George Miller con Mad Max: Furia en el camino. Sentarse frente a la pantalla genera un cúmulo de emociones producto de persecuciones, enfrentamientos y tensiones entre quienes buscan escapar hastiados de un presente aniquilador y aquellos que no perdonan deslealtades a sus obsesiones por la supremacía.

La historia es simple. Un solitario hombre llamado Max (Tom Hardy) es capturado por un grupo de personajes llamados los War Boys, que responde a las órdenes de Immortan Joe, una vil criatura que mantiene oprimida a una población con el chantaje de ser el único regente del recurso que necesitan para subsistir, además de mantener a esos seres sumidos en la miseria bajo el terror de sus blancuzcos guerreros. Max es usado como bolsa de sangre para aquellos combatientes convalecientes. Sí, así tal cual. Es un humano esclavizado para vivir conectado a otro ser que debe mantenerse con vida.



Paralelamente, Furiosa (Charlize Theron) deserta con un grupo de mujeres a las que Immortan Joe mantiene retenidas como esposas. Cansada de la lealtad a un déspota, huye hacia un lugar prometido, un terreno fértil en el que deposita esperanzas para un mejor futuro. En el camino, ella y Max se entrecruzan y terminan luchando juntos.

La tensión se desarrolla en el desierto. La película casi en su totalidad es una persecución repleta de imágenes bizarras y surrealistas para subrayar la adrenalina del deseo de aniquilación de unos y la lucha por la supervivencia de otros. Ese es el gran logro del cineasta australiano, es lo mejor del largometraje que se estrenó hace dos semanas en Venezuela.

Sí, es cierto que hay una lectura política y social bastante cercana en la trama del filme. No exageran quienes resaltan ese discurso en Mad Max: Furia en el camino. Por ejemplo, no es exagerado hacer paralelismos con la angustia de ser alcanzado por un grupo de motorizados en la vía es tan próxima en ciudades convulsas como Caracas, la ciudad de los War Boys con todos los calibres, actores libres en el caos declarado por los Immortan Joe.

Sin embargo, no me sorprendió. Me quedó con la transgresión del pingüino Mumble, cuestionado por los de su especie debido a su horrible voz e increíble talento para el canto en Happy Feet, por la que Miller incluso ganó el Oscar a Mejor Película Animada. Esa marginación que sufre el pequeño animal y posterior redención impresionan más por si contenido en contra de la discriminación que lo sustentado en esta entrega de Mad Max, una buena película de la que tuve mayores expectativas.


Por Humberto Sánchez.
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