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La directora de cine, ganadora de una Concha en San Sebastián, conversa desde lo cotidiano de su hogar

Mariana nos recibe en su casa como un ninja que se siente en un territorio seguro. Toda de negro y con la cara descubierta. Tiene paciencia porque terminé mi cigarrillo y siente la compasión por un viejo vicio que pasó a lo electrónico.

En la espera, aprovecha el tiempo para hacerse una sesión improvisada con la fotógrafa bajo los últimos rayos solares del día. La cineasta comenta a la del click sobre lo difícil que es ser fotógrafa en el país “es un terreno que los hombres se apropiaron. He trabajado con Micaela Cajahuaringa, una fotógrafa peruana que vive en Brasil y se siente muy cómoda trabajando en el país, pero sé que hay muchas más que quieren y no tienen espacio”, comenta con la mirada fija en la cámara y un pie encima de la piedra que decora la fachada del edificio.

Subimos a su departamento que es devorado por un Ávila imponente y algún ruido de carro que se confunde con los pájaros. Sigue la conversación de Planta Baja, comienza a contar su propia historia con un saludo camuflado –y espontáneo- a una antecesora que abrió paso a su afición y profesión. “Afortunadamente, Margot Benacerraf pisó duró aquí en el país si no todo nuestro esfuerzo tendría que ser doble, eso marcó una cultura dentro del cine con las mujeres directoras, no hay ningún conflicto en ese sentido. Por ello aparecen nuevas generaciones de jóvenes haciendo su ópera prima o tratando de hacerla”.



Entre sesentas te veas
Con ella, el silencio es una duda sobreentendida ¿Cómo llega al cine? (o al revés) Es algo que recorre sus venas, Mariana es cinéfila confesa. “Mi familia siempre estuvo tentada a trabajar en ello, pero la vida política y los sesentas se lo arrebató”.

Su vida entre butaca y la gran pantalla comienza desde la infancia cuando sus padres vieron en las salas de cine una posible niñera. “Me tiraban en la cinemateca y me salvaban la vida. Un día les dio miedo porque no sabían que película me estaban dejando ver. Mi mamá soñó que era una porno y al día siguiente, cuando entró, se dio cuenta que estaban pasando El último tango en Paris y ya no más” Silencio. “Pero vi unas cuantas cosas interesantes”, reitera.

Lo que sigue son risas del recuerdo de una infancia pícara que pareciera no haberse perdido, más bien se difumina, y se repite, en cada uno de sus largometrajes A la media noche y media, Postales de Leningrado y su más reciente película Pelo Malo. “Creo que no he terminado de crecer”. Ríe nuevamente. Pero los ejes aunque vistos desde la profunda inocencia se distancian el uno del otro, ahondan cada uno en su particularidad.



El miedo como forma

Como la política robó a su familia las esperanzas de hacer cine, ella se tomó la licencia de agarrar esa historia y transformarla, así nace Postales de Leningrado al contar “las historias que vivía con mi familia y que en un principio parecían grandes aventuras. Donde podía admitir que esas grandes aventuras eran lugares muy peligrosos y difíciles”.

En ella transita el lugar y la fantasía infantil, entre ficción y realidad, que viene a contar desde una raíz muy profunda. “Es una película que tiene dos ejes fundamentales: uno, como se construye la memoria que para mi es casi como un policial atando cabos, haciendo un trabajo de estructura del lenguaje que se pareciera a una manera de recordar; y el otro eje, que para mí es fundamental, es el miedo como línea transversal de la película”, dice.

Pero la historia de Postales de Leningrado emerge igual que en sus ejes, doble. Su memoria personal combate con la de un colectivo que es la historia. “Es un poco arbitraria, lo sé, pero nada es mentira y nada verdad, simplemente es una manera de asumirlo. No soy periodista, mi terreno es el otro y no necesariamente es la veracidad si no la idea era poder construir el lenguaje.

Hay personas que me dijeron, eso es mentira, eso no pasó en Venezuela. ¡Qué terrible no conocer el pasado! La película se construye desde el miedo y habla un poco de ese contexto histórico político, como un llamado de atención a saber lo que viene a continuación, las razones y las consecuencias del desconocimiento. Era hablar de aquel pasado hasta este futuro que ya nos alcanzó”.

Y aunque aborda el miedo Postales atrapa también por la dulzura con que la voz de su personaje lo cuenta, las imágenes coloridas que tocan una temática grave. El cómo es lo que importa sobre todo.
“Es un llamado de atención, la política no necesariamente hay que hacerla con armas y con violencia si no fundamentalmente con imaginación y eso, quizás, es lo que rescato de los años 60. Hablándole al pasado para cuando llegue el momento de hacer política de verdad, que sepan hay un referente aquí mismo, no mayo del 68, no en otro lado, sino aquí”, replica como tratando de reconstruir el presente.



La mariana mecánica

Mientras se hace la segunda sesión de fotos, jugamos con sus juguetes, un montón de robots se reservan en un mueble de madera y vidrio, ella también es aficionada a la robótica. Pudiera parecer más predecible de lo que parece pero no, no le gusta Isaac Asimov. “Siempre me gustó más el lugar que me podía dar Ray Bradbury porque podía de repente estar hablándote de crónicas marcianas o convertirte en un policial. Ese viaje me interesaba más por el porque habitaba un espacio más poético que podía llevarme a la ciencia ficción.

El lugar del artista sobre todo cuando se mete en este terreno es como soñar con el futuro, si ves lo que ha pasado con Blade Runner que nos diseñó un poco cosas que estamos viviendo ahora”. Se empiezan a atar los cabos, una nueva pregunta emerge sola: ¿Haría películas de ciencia ficción?. “Sí, pero algo más tipo Andrei Tarkovsky, salvando las distancias”, responde.

Acaso dos mundos que se compenetran en uno, robot y fantasía, en la necesidad de la rapidez Mariana se queda viendo a la cámara, pero no como posible creación sino como cuerpo. “Llegaba a un set y tenía la dirección de arte, el equipo, los actores y volteaba a ver la cámara y pasaba horas viéndola y me parecía fascinante”.


Pelo malo, buena peli

Hoy, su más reciente obra, inicia desde lo más corpóreo, pende de un pelo, profundiza en un grado intelectual con imágenes simples. Ya la máquina se vuelve otra, se vuelve cuerpo histriónico. “Era trabajar con una construcción de personajes que hice. Los actores que escogí eran absolutamente distintos a los personajes porque quería dirigir y que fuera un viaje completo; por ello estuvimos casi tres o cuatro meses construyéndolos, dejándoles todo el espacio para ser”, asegura.

De eso los personajes constituyen un submundo orgánico de la sociedad, construidos al antojo casi antónimo por órdenes de la directora. De esto, el lugar en el que se disponen. Caracas es un lugar que parece ser un territorio violento y lo es. Una ciudad como cualquier otra “de no ser por el miedo” como diría Héctor Torres en su libro. Así recuerda Mariana que entre las tantas líneas de críticas extranjeras que le ha llegado. “Caracas es un personaje más de Pelo Malo, uno que devora, pero al final me interesaría más saber que le pasa a un caraqueño”.

Ese lugar que no metaforiza pende de una manera como si fuera un personaje más de la película dentro de su átomo, no recurre al cliché de lo superficial. “Me interesaba, sobre todo, grabar en los bloques de Simón Rodríguez, porque tú te paras con un angular ahí y eso no termina nunca. Dejo que en la película las imágenes hablen por sí solas, como lanzando preguntas al aire de si hay que renovar, repensar esas ciudades utópicas, inspiradas en Le Corbusier, planteadas para esta ciudad”.

Así, la historia cuenta sobre todo desde una partícula minúscula de sociedad, aquí el grano hace montaña de lo que somos, quizás una causa de la consecuencia social, no repite, no es recurrente en el cómo “es muy importante desde que lugar yo decido tratar la violencia y es desde la absoluta y profunda intimidad. Ver cosas hacia dentro de la violencia, hacia dentro de la identidad, de la intimidad, de lo que somos nos guste o no”.

Ante todo se excusa con sus fanáticos de Postales de Leningrado “porque en ella propuse que se podía hacer un cine distinto”, pero el proyecto de Pelo Malo debía salir con rapidez porque había una necesidad de contar, para la fecha de su estreno nacional no había cumplido siquiera 24 meses desde su filmación. “Necesitaba pararme en otro lugar y decir que estaba hablando de Venezuela en concreto, hablar de este momento inmediato”.

La cosa se interna como la temática de la película en una necesidad emocional humana; la tristeza. “Quería hablar de una violencia menos evidente y que puede ser más profunda. Puede eso ser tan duro y tan difícil hasta herir profundamente. Necesitaba contar como la violencia de un contexto puede meterse en la intimidad más pequeña y como la experiencia de un gesto puede marcar para toda la vida”.



Otro silencio

Termina cautelosa con su trabajo, deja la interpretación al espectador. Cuida de no arruinar el gesto sutil que ha creado y no emite opiniones para no crear prejuicios, sabe lo que ha hecho. “Una de las cosas con la que estoy sufriendo es tener que hablar y con tres palabras mías, con las que en el futuro no puedo estar muy de acuerdo. Destruir cualquier cuidado que haya tenido al construir la película”.

Pelo Malo se vuelve coherente en la propia instrucción que la autora fija a sus convicciones, evade normas impuestas. “Tomé una decisión de vida muy temprana: yo no trabajo para nadie, no hago ningún trabajo que no me guste, puedo sobrevivir con lo mínimo y no hago nada que no sea para hacer mis proyectos”. Ser uno mismo.

Ella, merecedora de una Concha en San Sebastián, ha recorrido el mundo con sus películas y como gira esa esfera también su vida. “De repente voy pasando por el boulevard Saint Germain, donde están los mejores cines, me encuentro un afiche de cinco metros por cuatro y me emociona. Pasa que cuando tenía quince años, me fui a vivir para allá, trabajaba como babysitter porque quería estudiar cine y no hubo manera de que tuviera el dinero para poder hacerlo pero ahora tiempo después veo esto”.

La anécdota se pinta de otro color cuando en contraste con el pasado el presente es mejor, Pelo Malo es la antesala de sí misma. Mariana también lo es, cual ninja en plena labor, trabaja sin que la noten hasta su aparición -90 minutos de cine, en promedio - y vuelve a enfocarse en su próxima escena. Así deja una herida de reflexión al salir de la sala.




Por Leonardo Angulo Torres
Fotografías: Alejandra Raga.
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