Hace un poco más de un año, el reloj marcaba las 5: 00 am. Una mañana lluviosa de enero, pues así me recibiste. Lluviosa y calurosa, no tuve oportunidad de observarte mucho, pero noté que serías cálida la mayor parte del tiempo y no me equivoqué. Luego, poco a poco me fuiste mostrando caras de ti que no imaginé ver en una ciudad tan pequeña y para nada elitesca.
Al principio no tenía tiempo de observarte, solo te miraba lo confieso. Luego me dediqué a “aprender a quererte” y un día pasó. Allá arriba en tu hermoso barrio Las Peñas, la magia se dio, pude observarte desde arriba, oscura y tranquila llena de luz y entendí que cada ciudad tiene su personalidad y aunque venía de una urbe con una majestuosa montaña que me enamoraba día a día tú también tenías la tuyo. A tu manera, con tu clima, tu humedad pero lo tenías. Lo tienes.
Que una ciudad te regale atardeceres naranjas tampoco tiene precio, es como ese dicho que “después de la tormenta siempre sale el sol”. Bueno, así es Guayaquil, después de una larga lluvia, puedes disfrutar de un atardecer hermoso. Te da la tranquilidad, en una tarde de Malecón a la orilla de su río Guayas, lo elegante de un paseo por Puerto Santa Ana, y lo “chic” de una noche por Samborondón.
Guayaquil no es una ciudad cultural, ese no es su fuerte. Sin embargo, la aprendes a querer con lo que te ofrece. Y es que el cambio ha sido notorio, aunque no lo viví repasamos la historia y hablamos de un “gran pueblo” a una ciudad que hoy en día tiene hasta una rueda moscovita (La más grande de Latinoamérica) ¡Vaya que es de aplaudirlo! Porque las ciudades son como las personas, deben crecer y evolucionar y este destino del Pacifico lo ha logrado.
De esta primera parada como he titulado este capítulo de mi vida, rescato su excelente comida y es algo que me gusta resaltar, pues a diferencia de otros destinos donde la comida típica no es valorada, en Ecuador cualquier plato en su mayoría tiene de ingrediente el verde o el maduro, algo muy autóctono de la Región.
Para aquellos que aman las urbes grandes, las calles culturales con un teatro en cada esquina, una noche de poesías. Abundantes museos y gigantescos parques este no es el destino. Al contrario para los que adoran lo cálido y acogedor que puede llegar a ser una ciudad sin muchos adornos, pero teniendo de todo un poco Guayaquil es el destino perfecto.
Un año no es suficiente para juzgar un destino, es cierto, pero si lo es para aprender a quererlo y saber que cuando el amor no nace la única opción es seguir el camino.
Por @keylemus.
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