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No entiendo cuál es el espanto


Por Verónica Flórez


Ilustración: Junji Ito

No entiendo cuál es el espanto, cariño. En mi opinión, llevábamos una vida de lo más divertida.

Particularmente esta última generación.

Lidia, llevo siglos detrás de ti. En cada reencarnación, estoy allí. Al principio, desde las sombras, pues era muy débil. Tenía que manifestarme como podía: golpear espejos, vaciar gabinetes, abrir y cerrar puertas.

Somos, desde nuestra creación, diferentes. Aparentemente, el problema soy yo: tú puedes ingresar al plano físico, a la “humanidad”. Te otorgan trajes de carne y hueso, una “vida”, te dan la bienvenida a la “humanidad”. Yo me quedo por fuera, dejándote pichones muertos en la alfombra de tu puerta.

Pero nunca fui tan poderoso como lo soy ahora, mi amor. Tantos intentos han cultivado en mí una fuerza inigualable. Y las circunstancias no podrían ser las mejores: has traído a tu casa una cáscara que se ve grande y fuerte, pero cuya entrada a su interior es sencilla y manipulable.

No fue difícil apoderarme de él: mis ganas de estar contigo pudieron más. Por fin, Lidia, por fin pude estar en la misma frecuencia que tú. No me sentía potente, pero podía finalmente experimentar lo que siempre quise.

Lo primero que quise intentar fue el sexo. Después de siglos observando a la humanidad hacerlo, repetirlo, innovarlo, pude sumergirme en tu carne y probarlo. Lento. Violento. Suave. Rápido. Qué feliz fuiste tú, Lidia. Me causaban gracia tu sorpresa y tus preguntas al principio: “¿Qué te pasa?” “¿Qué te tomaste, que estás tan animado?”. Imagino que el antiguo huésped no me llevaba la competencia.

Comencé a frustrarme un poco cuando, a pesar de tu placer y tu alegría, nos ponías límites. “Aquí no”, “suéltame”, “me estás haciendo daño”. Claro, Lidia, estaba experimentando las limitaciones que imponían estos ridículos disfraces, que debían mantener una buena imagen ante los demás.

Con la comida era un disgusto parecido. No me tardé mucho en aprender sobre la comida de esta especie, pero tampoco tardé en aburrirme. Quería probar cosas que no fueran normales, fuera del día a día al que sometías tu cuerpo. Lo “podrido”, lo “muerto”, “putrefacto”, aquello aparentemente fuera de lo común me llamaba la atención. Me recordaba mucho a mí. Pero parece que aquí, en este plano, se desprecian específicos olores, colores, seres, sabores. Todos sometidos a las sensaciones de una “lengua”, castigados a la “salud”.

Caí, pues, querida Lidia, en una gran encrucijada: ¿de qué me he enamorado, realmente? No es secreto para nadie las estrictas, limitantes y degradantes condiciones de la “humanidad, pero quería poder estar en tu sintonía. Tú eres de esas almas que tienen acceso a recorrer este plano curioso. Puedes durar unos sesenta, hasta noventa años, abandonarlo, y regresar. Tienes la oportunidad de aprender, descubrir, conocer. Yo no. No he tenido ni la más mínima oportunidad. Me ha tocado observarte a ti. Por siglos.

Me he limitado a desarrollar por mi cuenta mis propios disfrutes, que resultaron ser los de un marginado. Porque eso es lo que soy, Lidia. Algo que no eres tú. Algo que no tiene libres accesos ni agradables bienvenidas.

¿Estaba enamorado de ti? ¿celoso? ¿me gustabas tú, o la manera en que siempre eras deseada por el destino? Amada Lidia, creo que estoy enamorado de la idea de que conozcas todo por lo que he pasado. Lo que nosotros, marginados y malditos por nacimiento, hemos tenido que aceptar; a diferencia de ustedes, almas “buenas”, que les han dado todos los permisos y todas las libertades. Más que enamorado, encaprichado, cariño, porque quiero la tuya.

Estuve raro durante nuestros últimos momentos en esta generación, lo sé. “¿Qué haces ahí parado? Estás atravesado”, “¿Por qué no te mueves?”, “Son las tres de la mañana, por qué me miras así”. No me presiones, Lidia. Eres buena en eso. Tratas de encasillarme en tus nociones de “humano”, “normal”, “hombre”, “tiempo”, “trabajo”. No me das la oportunidad, la verdadera oportunidad, de disfrutar lo que te ofrezco.

No te preocupes, cariño: no es tu problema. Aún te deseo. Pero te deseo fuera de ese traje lleno de carnes, huesos; cubierto de “nervios” y “sensaciones” que te ofrecen descubrir lo bueno del mundo, pero realmente son las limitantes más frustrantes de este universo. ¿Irritación? ¿acidez? ¿cuál es el miedo a la sangre? ¿al dolor? Ridiculeces. Te quiero sacar de ahí. Te he escuchado gemir, Lidia, te he visto voltear los ojos, llorar de placer, te he visto saborear. En todas tus generaciones, ha sido bastante promedio. ¿Un poco aburrida, me atrevo a decir? Tal vez han pasado muchos siglos en el mismo camino. Déjame llevarte a otros niveles. Yo puedo superar eso.

“¡Me vas a matar!” “¿Me quieres matar?” ¡Claro Lidia! ¡¡Esa es la idea!!

Vamos, Lidia, deja de esconderte. Tampoco te pongas a llorar porque, por mucho que me guste, ese no es el objetivo en este momento.

Hasta ahora, lo peor del vestido de carne es la vulnerabilidad. No soy lo suficientemente rápido, sólo dos artefactos me permiten ver, y son una pesadilla. Por eso, querida, cuando me atacaste con la “sartén”, me pegaste en la parte de atrás de la “cabeza”, no te vi. No te voy a negar que me encantó. Comencé a reírme porque creí que por fin habíamos comenzado nuestra nueva vida: ya estabas lista para nuevos disfrutes. La sangre me corría rápido y activó esa señal sensual que tantas veces te había hecho feliz.

Te veías confundida. “¿Qué te pasa?”. Me volviste a atacar y se me apagaron las luces.

Cariño mío, cada reencarnación me ha vuelto cada vez más poderoso. El que amarres cada una de mis extremidades, estirándome, como si me estuvieses exhibiendo, no te separará de mí.

¿es realmente necesario el tipo en sotana? Tantas generaciones viendo a estos seres, y nunca pensaron en generar algo nuevo.

Lidia, no es necesario. Es un poco rápido para deshacerte de mí.

“Te ordeno Satanás, sal del cuerpo de este siervo de Dios... Te ordeno, Satanás, príncipe de este mundo, que reconozcas el poder de Jesucristo... Vete de esta criatura... Te ordeno, Satanás, sal de esta criatura, vete, vete en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”

Lidia, acabas de montar un espectáculo. Y uno deplorable, porque este saco sangriento no hace más que expulsar sustancias de sus orificios: marrones, amarillas, verdes, por la “boca” por el “ano”, olorosas, hace unos sonidos de lo más ridículos. Pero tienes razón: solo tu palabra no iba a bastar. ¿No te da risa ver cómo este cuerpo se tensa, se retuerce? Para luego suavizarse.

Ya que estás dispuesta a esto, me voy a soltar una buena carcajada. ¿Sigues llorando? ¡Pero si te puedes reír! ¿De verdad no encuentras esto estúpido?

¡JA-JA-JA-JA-JA-JA-JA-JA-JA!

¿Quieres que te salude? ¡HOLA LIDIA! JA-JA-JA-JA-JA-JA-JA

Humanidad, qué cosa tan graciosa. Limitados, con separaciones tan banas como “bien” y “mal”, ajustadas a las conveniencias de cada uno. Me dan mucha risa, querida Lidia.

Pero no te preocupes, algún día dejarás de llorar para empezar a reírte conmigo. No lo voy a dejar de intentar. Nos vemos la próxima.

Ya estoy algo fastidiado. Vamos a darle la razón a este payaso con sotana.

De verdad no entiendo cuál es el espanto.

[Texto generado en el “Club de escritura” de Círculo Amarillo, facilitado por Lizandro Samuel]



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