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Rajatabla y sus 50 años de teatro contra el abuso de poder


La compañía fundada por Carlos Giménez alcanzó medio siglo de vida en medio de una crisis económica y política en Venezuela, sorteando las dificultades de una pandemia que no parece terminar. Ya no cuenta con actores ni productores de planta, no ha podido viajar a festivales internacionales y los recursos monetarios más que para montar obras les alcanza para pagar servicios básicos como la luz. Pero siguen, siempre, en homenaje a su fundador y al arte, para demostrar que el teatro vive a pesar de todo

María Angelina Castillo



“Si para cualquier empresa teatral veinte años es ya toda una vida, en las latitudes latinoamericanas se trata de una marca de longevidad extraordinaria”, escribía a comienzos de los años 90 Moisés Pérez Coterillo, en la publicación de Monte Ávila Latinoamericana con ocasión de las primeras 2 décadas de la Fundación Rajatabla. Para entonces había acumulado medio centenar de producciones en su repertorio.

La compañía de teatro fundada por el director argentino Carlos Giménez revolucionó la escena nacional y de la región. La espectacularidad y crudeza de sus propuestas, la honestidad de sus performances y su estética orientada a la crítica de los abusos del poder definieron una forma de hacer arte cuando comenzaban los años setenta en la Venezuela saudita.

Desde sus orígenes, Rajatabla buscó “desvelar los mecanismos del poder, denunciar la obscenidad del terror en sus variadas encarnaciones, evidencias claves de la corrupción, de la manipulación ideológica, de la explotación y saqueo a que están sometidos los individuos”, seguía en su texto Pérez Coterillo. Asumió todos los riesgos posibles para llevar su visión alucinada del arte.

Medio siglo después, la Fundación Rajatabla ya no tiene compañía estable. La plantilla no pudo seguir debido, entre otras razones, a la crisis económica, social y política del país, en la que la migración e hiperinflación marcan la pauta de sus individuos. Sin embargo, queda una pequeña nómina presidida por Williams López, el único de los miembros fundadores activos. Junto a él conforman el equipo: Eduardo Bolívar como vicepresidente, Pedro Pineda en la dirección técnica, Daniel Blanco en el área de iluminación y Laura Pérez, que es encargada de recepción y taquilla. Hacen hasta lo imposible por sacar adelante el legado.

Prepararon, a pesar del caos pandémico, una programación teatral aniversario que inició en febrero con la obra Ubu a las puertas del cielo, basada en la pieza de Alfred Jarry, dirigida por Marisol Martínez y protagonizada por Antonio Delli. En los planes está presentar con Oficina N° 1 que dirigirá Eduardo Viloria y que llevarán a final de año al Centro Cultural Chacao. Además de una pieza de Ionesco y la reposición de obras emblemáticas para la compañía como Tu país está feliz, con la que se consolidaron como agrupación en 1971; y Cacería de ratas de Peter Turrini, con la que se inauguró la Sala Rajatabla.

Sandra Moncada es la actriz que escenifica a la madre de Ubú en este montaje que dio inicio a las celebraciones por los 50 años de la fundación. Ya había participado en El tour, que dirigió Marisol Martínez; y en La casa de Bernarda Alba, de la que estuvo al frente Vladimir Vera. Estuvo también en otras cinco producciones.

La lucha, desde la burla o la reflexión, contra el abuso del poder es lo que más le interesa de trabajar con Rajatabla, en una sala que “se niega a morir”, expresa. Aunque considera que la energía de la fundación debe enfocarse también en buscar manos adicionales que construyan una generación de relevo.

Para Moncada actuar con este equipo es un objetivo cumplido: “A pesar de que me fui por otra rama profesional, siempre volvía al teatro. Cuando tenía 17 años, vi El coronel no tiene quien le escriba y dije: Eso es lo que yo quiero hacer sobre las tablas. Siento que Rajatabla es un sueño cumplido”.

Para su actual presidente, Williams López, es un aniversario muy importante: “La historia tiene un gran reconocimiento por lo que fuimos, somos y por lo que seremos en la historia teatral”.

¿Cómo han sido estas cinco décadas para Rajatabla?

Llegó un momento en que éramos principal punto de referencia teatral en el mundo con las obras que dirigía Carlos Giménez y los festivales internacionales que realizábamos; con piezas como Señor Presidente, Cuando quiero llorar no lloro, El coronel no tiene quien le escriba. Esa historia de Rajatabla girando por todo el mundo nos permitió una presencia importante en el mapa teatral. Lamentablemente después de la muerte de Carlos bajó el ritmo y ya no salíamos como antes. Si antes viajábamos dos o tres veces al año, después fue una vez cada dos años. Artísticamente tuvimos que recurrir a directores que estaban ligados a Carlos, siempre trabajando con su estética. Hemos sido fieles a la tradición de Rajatabla con ese mensaje crítico sobre el abuso del poder y el totalitarismo.

El Ateneo de Caracas fue siempre casa y apoyo para Rajatabla. Tras perder su sede por decisión gubernamental, ¿qué ocurrió con ustedes?
Hubo momentos difíciles porque algunas voces empezaron a moverse para quitarnos los espacios. Algunas personas de la universidad querían expropiar el edificio y tomar posesión. Pero algunos amigos nos apoyaron e incluso gente dentro del gobierno consideró que eso no debía ser. Al final se dieron cuenta de que no era prudente porque ya teníamos ahí casi 40 años. Después de eso más nunca hemos tenido problemas y la relación con la universidad es amable. Ellos utilizan nuestras salas para dar clases de danza y teatro. Tenemos una política de cooperación.

¿Cómo varió la estética de la compañía tras la muerte de Carlos Giménez en 1993?
Sí hubo un cambio muy drástico porque Carlos era un genio del teatro, estaba a la altura de grandes como Peter Brook, y era difícil sustituirlo. Pero algo hicimos y José “Pepe” Domínguez, que trabajó muchos años con él, estuvo al frente, junto con directores invitados como Vladimir Vera, Consuelo Trum, Miguel Issa, Marisol Martínez. Carlos quería que el público se enriqueciera visualmente, independientemente del texto y de las actuaciones; que se enriqueciera del hecho espectacular con las escenografías y efectos en los montajes.

¿Cuáles han sido las principales dificultades que han debido enfrentar?
Antes recibíamos un subsidio del Estado, pero desde hace casi una década los grupos de teatro no lo recibimos más. Representaba 30% de nuestro presupuesto. Tuvimos que salir de la nómina teatral, que era fija; nosotros teníamos una plantilla de 15 actores y un grupo de productores que ganaban un sueldo mensualmente. Eso fue desapareciendo y empezamos a trabajar con actores por taquilla. Y como la gente de teatro es muy noble y amable, y por ser el prestigio de Rajatabla, aceptaban trabajar así, pero no era mucho lo que les generaba. Cuando la situación se agudizó y el país no aguantaba más tuvimos que pagar sueldos fijos, porque la taquilla no generaba; fue cuando recurrimos a mentores amigos que estaban en el exterior y algunos que permanecían en Venezuela que nos apoyaron. Cuando el país comenzó a dolarizarse, los actores no querían cobrar en bolívares. Tenemos dos o tres años así. Y lo poquito que se hace en taquilla es para sobrevivir y pagar los gastos básicos de electricidad, agua, el edificio y la pequeña nómina.

Y desde 2020 que se ha sumado la pandemia y sus efectos en la vida diaria…

Teníamos una programación con Calígula y el Festival de Teatro Francés, además del estreno de Julio César para noviembre pasado. Todo lo tuvimos que suspender. Ese año estuvimos sobreviviendo con recursos y ahorros que tiene Rajatabla guardados. Con eso pudimos pagar utilidades, prestaciones, bono especial de fin de año. Y durante 2020 estuvimos cerrados hasta febrero de este 2021. Se nos acumuló una deuda de electricidad muy grande, que hemos ido pagando con recursos nuestros que teníamos guardados y era dinero para producir obras de teatro. Estamos pidiendo apoyo a Fundarte a través del Café Rajatabla

¿Cómo se sobrevive en estas condiciones?
Fundamentalmente, y no sé si es una metáfora, el espíritu de Carlos Giménez está rondándonos siempre y recordándonos que tenemos que estar vivos; vivos como un homenaje a su memoria. Porque si Rajatabla se acaba, y no creo que se acabe, sería traicionarlo a él.
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