Reseña Las constelaciones del patio empedrado, de Jesús Manrique
Con la lectura del libro de Jesús Manrique vemos pasar la vida ante nuestros ojos. Su mano para la descripción de ambientes y atmósferas es excelente. Hay metáforas e imágenes visuales muy poderosas.
Por QuéLeer
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Jesús Manrique (Madrid, 1965) ha escrito una obra íntima de gran profundidad en el análisis psicológico de los acontecimientos y visiones de la vida, en la que las emociones se hallan a flor de piel. Un retrato, con detalle y fecunda imaginación, de la España rural de los años 70’s en la que aún se sufren las huellas del pasado franquista. Un ramillete de personajes muy bien cimentados, una narración coral de gran componente trágico bellamente construido.
Las constelaciones del patio empedrado (2023) es publicada por la Editorial Universo de Letras, perteneciente al Grupo Planeta.
En veinte capítulos, el lector conocerá el imaginario pueblo manchego de Cantalve, en el que la vida de sus habitantes transcurre con aparente monotonía. Pero la cotidianidad guarda secretos que van de boca en boca en un cotilleo constante, amargo y mordaz, no exento de prejuicios.
“—Las ofensas no llevan a ninguna parte. No deberías juzgar a la gente tan a la ligera, te lo he dicho muchas veces. No me gustan esas groserías de una persona prejuiciosa cualquiera.
—Yo no juzgo a nadie. Lo que hago es decir lo que piensa too Cantalve. Sabes que me gusta la sinceridá”. (pág. 321)
El autor nos presenta a la familia de Perico el Hortelano, un abuelo que vive de la faena del campo y que no solo se enfrenta a la sequía de agosto.
“Acostumbraba a decir que moriría si no trabajase en la huerta, el único mundo que había conseguido construir a su manera”. (pág. 12)
Perico vive en el desencanto. En su memoria, los recuerdos del pasado lo persiguen: fue preso político, miliciano del bando republicano durante la guerra, pasó años en las trincheras de Teruel y estuvo preso en la cárcel de Biclara.
“Se le ponía la carne de gallina ante el solo hecho de dar crédito al rumor de un pacto nacional de silencio. Le llegaba un dolor que no podía expresar con palabras ante el olvido que exigían los ultras como precio por la libertad. Una alianza que extendería el silencio y la arrogancia de nuevo sobre ellos revalidando al fascismo en su idea de España”. (pág. 8)
Con la lectura del libro de Jesús Manrique vemos pasar la vida ante nuestros ojos. Su mano para la descripción de ambientes y atmósferas es excelente. Hay metáforas e imágenes visuales muy poderosas. Resulta una delicia para el lector sentir que se pasea por las calles del pueblo. Hay hondura en los discursos. Las relaciones se entretejen y las piezas encajan. Es un verdadero reto dados los frecuentes saltos temporales en el tiempo, para que el lector disponga de todo lo necesario para enjuiciar las distintas actitudes en un presente donde las heridas del pasado no terminan de sanar.
El pasado condiciona el presente como una amenaza constante.
Estamos ante una obra profundamente emocional, sólida y bien construida, una novela donde no puede hablarse de un solo protagonista. El lector tiene la sensación de asomarse a la cotidianidad de un grupo de lugareños. La narración crece orgánicamente como una colmena, como si de un rompecabezas de difícil solución se tratara. El autor conduce muy bien un puñado de tramas paralelas.
La obra funciona como una galería de espejos en los que el lector se verá reflejado para que sea él quien haga el juicio final.
El personaje de Engracia es el paradigma de mujer fuerte, con un equilibrio emocional que lo es solo en apariencia. Una mujer que vive una situación complicada y que carga sobre sus espaldas la mayor parte del peso de su familia y por eso ha tenido que desarrollar un sentido más, el de mantenerse en pie. Una mujer que a sus cuarenta años aparece como apetecible y para la que no es fácil olvidar a Bernardo, buscándolo cada noche en las constelaciones desde el patio empedrado.
“Llegados los setenta, Engracia acrecentó su amor por el orden. De ningún modo abandonó la economía de la familia en manos del azar. Tampoco dejó de ser impulsiva y tenaz cuando se trató de pelear por los suyos. Tras las muertes de Carmen y Destierro, fue la alfalfa de la huerta, el forraje lleno de minerales y nutrientes que crece una y otra vez tras cada siega”. (pág. 107)
“Su cabeza se había convertido en el globo celeste donde estaban las constelaciones que escrutaba con gran atención por las noches en el patio empedrado”. (pág. 145)
"Luego hablaban los dos durante un tiempo que a ella siempre se le hacía poco. «Aquí ya es de noche», le decía Engracia. «Aquí también. Desde donde estoy, veo la luna, grande y redonda, ¿la ves tú?», preguntaba Bernardo. «¡Sí! Aquí la tapan algunas nubes, pero la veo. ¡Y muchas estrellas!», respondía ella en tono eufórico, vuelta y mirando por la ventana, atraída por ondas gravitacionales que modificaban la distancia y la hacían sentirse un ser especial. Sintió algo extraño, casi prodigioso, al pensar que en ese instante estaban separados por miles de kilómetros y, a pesar de ello, veían el mismo satélite solemne". (pág. 101)
Sobre la familia de Perico pesan las muertes de Destierro, la madre de la familia, y la de Carmen, la hija mayor. Las circunstancias de cada una son develadas poco a poco, de forma magistral. El autor presenta los hechos en finas capas que construyen duras realidades dejando dolorosas heridas abiertas.
Engracia se enfrenta a su hermana Eva, envuelta en un hecho terrible en contra de su hermana Carmen. Su naturaleza sensual y rebelde, que no se ajusta a lo que la sociedad impone, la lleva por caminos insospechados. El sueño de Eva es marcharse del pueblo y viajar a Madrid, al tenerlo en su cabeza como una ciudad casi prodigiosa.
“La conciencia de Eva no pudo resistir el fondo de ese abismo. La razón le probaba que ese tipo de dolor era inmortal, que su sentido de la moral no podía resistir que la culparan de aquella muerte, y por ello se había refugiado en argumentos que, bien mirados, no eran sino pretextos poco sostenibles”. (pág. 280)
“—Si solo fuera mirar. Pero te ponen como un trapo. Te despellejan como a un conejo... Tantas habladurías. No lo puedo soportar”. (pág. 170)
La inocencia en Las constelaciones del patio empedrado aparece en los personajes de Trini y Carmina. Trini es la hermana que nació con una discapacidad, con dificultades en el habla y un comportamiento de niña a la que hay que cuidar y guiar con especial atención.
Por otra parte, Carmina, hija de la difunta Carmen, es quien lleva la alegría y la esperanza a la familia, de forma especial a su tía Engracia y al abuelo. La niña es mimada y protegida por todos ellos, y solo la impensada perspectiva de su marcha causa un fuerte dolor en el alma. Por otro lado el padre de la pequeña, Nino el Rubio, personifica el machismo y cierta falta de valores morales.
La relación entre Carmen y Nino el Rubio es descrita de forma especial.
“Los encuentros en la cama fueron un muro que se desploma, lo fanfarrón y los quehaceres de la vida cotidiana buscándose en la distancia que separa dos planetas. Él, con la aceleración de una moto; ella, con el dinamismo de un payaso de cuerda”. (pág. 116)
Cristeta es la gran amiga de Engracia. Un mujer independiente que, a sus cuarenta años, no quiere vivir sujeta a unas normas sociales que entiende caducas. Alguien que ha sentido el abandono y el desprecio. Que se siente bien consigo misma y da pasos en busca del amor que se le resiste y en la que muchas veces el atractivo depende de su actitud y estado de ánimo.
“Cristeta estaba integrada en la sociedad de Cantalve como un elemento recurrente de habladurías y dichos al aceptar ese honor concedido sin impugnarlo: por un comportamiento no comprendido ya desde su adolescencia, por hablar con palabras que la sociedad cantalveña tenía reservadas para los hombres, por vestirse de una forma poco ortodoxa en una omnipresente percepción de transgresión y no tener reparos incluso en contar un chiste verde”. (pág. 287)
“—Lo que pasa es que nosotras, sentimentalmente, somos antiguas, que si no... Ya iban a ver estos”. (pag. 114)
“—Ya veo. Pa ti parece que las palabras solo sean letras sueltas. Sin embargo, a mí me dices rojo y se me llena la vista de color. Me dices agua y nadaría en el pantano que me viene a la cabeza. Pero tú... En fin...” (pág. 299)
Manrique atesora una excelente mano para las descripciones de escenarios y perfiles psicológicos, un recurso que maneja a la perfección en cada uno de sus capítulos. El ambiente es narrado con un esmero que pareciese artesanal, tanto la psiquis de sus personajes como la naturaleza del paisaje rural.
Cantalve, el pueblo manchego de un carácter simbólico nacido de la imaginación del autor, es un protagonista más. Transmutado en una suerte de personaje que atesora pasado y sentimientos. Así lo demuestra en el destacado e inolvidable comienzo de la obra.
“La lluvia de agosto insistía en no dejarse ver. Las llanuras almacenaban el calor del interminable verano, adormecido por el canto de grillos y chicharras. Una neblina parpadeante, como provocada por el fuego, deformaba el agrietado campanario de la colegiata. La flecha de latón señalaba los olivares, los barbechos y viñedos, empañados por un delicado velo que disfrazaba de sueños inciertos el paisaje seco y dorado de las afueras. En nada se asemejaban esos días de bochorno, de costureras en la calle y botijos a la sombra, a aquel otro de principios de invierno en el que varios hombres sacaron del pozo con dos sogas de maroma el cuerpo deshilachado y sin vida de la hija mayor de Perico el Hortelano”.
Desde la ficción, el autor presenta una realidad con recursos cinematográficos, acompañada por la banda sonora de los programas radiofónicos de discos dedicados. Las canciones dan idea de lo que sucede en la cabeza de los personajes.
"Sus recuerdos de mocedad entraban por las ventanas de la mano de las canciones del transistor que las costureras escuchaban a la sombra. «No mires hacia atrás, no quiero ver el camino que como un loco recorrí para llegar a tu destino. Como un loco yo me vi, yo rogándote tu amor, tú y tu indiferencia lograron...“. (pág. 97)
A los muertos se les respeta, sin embargo, el autor desnuda sus circunstancias y las consecuencias de sus acciones que apuntan a un realismo mágico y castizo.
“Desde los cuatro años transcurridos de las muertes de Carmen y Destierro, no había semana en la que Engracia dejara de visitar el cementerio para llevarles noticias y hacer que no se sintieran tan solas”. (pág. 83)
Estamos ante una novela de profundas reflexiones. La vida se ha hecho para vivirla, pero parece que no pueda esperarse mucho de los demás. Lo que se dejó de hacer guarda un hondo arrepentimiento.
“Otras veces el firmamento negro y profundo visto por Engracia como una obsesión desde el empedrado le mostraba todas las estrellas en las que distinguía amuletos que le traerían la fortuna”. (pág. 147)
La magia del cielo nocturno constelado infunde vida a Cantalve.
“Permaneció así, en silencio, contemplando la bóveda celeste durante horas en lo que era una noche despejada”. (pág. 510)
Las constelaciones del patio empedrado
Editorial: Universo de letras
Colección: Historia del siglo XX y XXI, ficción histórica
Número de páginas: 556
Jesús Manrique (Madrid, 1965)
Tras su nacimiento en Madrid, se traslada a Villafranca de los Caballeros (Toledo), donde transcurre su infancia y juventud, para volver a Madrid en la década de los años ochenta. Fruto de esta dualidad, emerge su personalidad literaria autodidacta entre el campo y la ciudad como las mayores fuentes de inspiración para sus admirables obras de ficción. Sus capacidades creativas con las letras le hacen poseedor de una escritura personal fruto de la sencillez de los mejores narradores.
Su primera novela con la que se dio a conocer, El amor de las mujeres, es una historia sobre el albedrío y la indeterminación que fue seleccionada entre los finalistas del II Premio Iberoamericano de Narrativa Planeta Casa de América. Más tarde aparecería El invierno que vendrá, una colección de cuentos, de conflictos familiares entre el medio rural y la metrópoli que son una invitación de los sentidos y hacen de la obra un monumento de historias siempre contemporáneas.
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