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5:50 pm


Pasó otro viernes y seguía pensando en él. Pasaron tres, cuatro, cinco, seis viernes y no podía quitar de mi mente el brillo de sus botones de carey.

Por Jessica Rengifo


Imagen de Roland Steinmann en Pixabay.

Luis, era simplemente Luis y punto. Nunca tuvo apellido y nunca lo necesitó. Siempre se presentaba con su sweater mal abotonado y sin apellido. Hablar con él era difícil, su marcado acento, nunca contestaba a las preguntas básicas y banales que se hacen los extraños para evitar los silencios incómodos. De dónde era, cuánto tiempo llevaba en el edificio, si tenía familia o mascota, nunca dijo. Cuando lo encontraron ya llevaba varios días así, nos dijo la policía.

Por mucho tiempo fue simplemente el rarito que venía a la tienda todos los días diez minutos antes del cierre, todos los días sin falta. Aparecía y compraba solo un producto al azar y pagaba en monedas. Las monedas de menor denominación. Nunca entendí cómo tenía tantas monedas. Siempre me tocaba llevar las monedas al banco y pelear con el cajero de turno para que las recibiera. Nadie quería nunca esas malditas monedas como las quería Luis... Maldito Luis, siempre jodiendo.

Lo vi todos los días. Cuando la gripe me jodió demasiado y estuve en casa tres días, a las 5:50 pm siempre me acordé de él. El primer día de vuelta a las 5:50 pm esperé... y nunca llegó.

Miércoles, jueves, viernes...Volvió a ser viernes y nos enteramos. Pasó otro viernes y seguía pensando en él. Pasaron tres, cuatro, cinco, seis viernes y no podía quitar de mi mente el brillo de sus botones de carey.

Llegó otro viernes y a las 5:50 pm pateé la silla para reunirme con él otra vez.

[Texto generado en el “Club de escritura” de Círculo Amarillo, facilitado por Lizandro Samuel]

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