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Cine venezolano: entre las ganas y las ausencias


Han pasado 127 años desde que se estrenó la primera película en Venezuela. Una historia que ha atravesado períodos crisis, épocas de oro, reconocimientos internacionales, una pandemia y nuevas formas de consumo del séptimo arte que complican aún más la visita de salas comerciales. ¿Cuál es la realidad actual? Toca desmenuzarla y reflexionar sobre sus desafíos

María Angelina Castillo Borgo


Este año el cine venezolano cumplió 127 años de historia. Un recorrido que se remonta a finales del siglo XIX, cuando se estrenaron las primeras películas en el país: Célebre especialista sacando muelas en el Gran Hotel Europa (1897) y Muchachos bañándose en la laguna de Maracaibo (1897). Ambos estrenos tuvieron lugar en el Teatro Baralt de Maracaibo, y gracias al vitascopio, un proyector de cine creado por Thomas Alva Edison y Thomas Armat.

Se empezó a construir el camino. La primera película de ficción data de 1916: La Dama de las Cayenas o pasión y Muerte de Margarita Gutiérrez.

El joropo llegó al cine, pero en silencio, con una cinta homónima de 1935, porque el sonido se escuchó tres años después con el cortometraje Taboga y luego con el largometraje El rompimiento de Antonio Delgado Gómez.

La propaganda institucional a través del cine llegó con Estudios Ávila, creado en Caracas por Rómulo Gallegos. Dos años después, llegaría Bolívar Films, constituida por Luis Guillermo Villegas Blanco buscando un esquema de industria cinematográfica y cultural.

La ciencia ficción comenzó en los sesenta, con EFPEUM (1965), de Mauricio Odremán Nieto; mientras que el cine social arrancó con cintas como Cuando quiero llorar, no lloro (1974), de Mauricio Walerstein, basada en la novela homónima de Miguel Otero Silva. A esta le siguieron Soy un delincuente (1976), de Clemente de la Cerda, y El pez que fuma (1977), de Román Chalbaud.  Mientras, los años ochenta estuvieron marcados por cintas taquilleras como Macho y hembra (1984) y Oriana (1985).

En la década siguiente se decreta la Ley de Cinematografía Nacional y se establece la creación del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía. Además, la calle sigue dominando la pantalla con títulos como Sicario (1994), Huelepega: Ley de la calle (1999) y Garimpeiros (2000).

El nuevo siglo trae el cine digital a las salas comerciales con el estreno de Yotama se va Volando (2003), de Luis Armando Roche y el mexicano Rodolfo Espino. A este período pertenece también la que por años fue la cinta nacional más vista Secuestro Express (2005), de Jonathan Jakubowicz (éxito que luego se llevaría Papita, maní, tostón, de Luis Carlos Hueck, en 2013); y la más costosa: El Caracazo (2005) de Chalbaud. Además, entra en vigencia una reforma a la ley de cinematografía, que establece un porcentaje de cuota de pantalla para el cine venezolano y que fomenta una mayor participación de la empresa privada. Se inaugura La Villa del Cine, complejo patrocinado por el Ministerio de Cultura.

Comienza una nueva tanda de premios, que ya había inaugurado Margot Benacerraf en 1959, cuando recibió el Premio de la Crítica en el Festival de Cannes por su documental Araya. En 2010, Hermano de Marcel Rasquin gana Mejor Película en el Festival de Cine de Moscú; en 2013, Pelo Malo, de Mariana Rondón, se hace con la Concha de Oro en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián; en 2015, La distancia más larga, de Claudia Pinto, obtiene el galardón como Mejor Ópera Prima Iberoamericana en la segunda edición de los Premios Platino. Y ese mismo año, Desde allá, de Lorenzo Vigas, recibe el León de Oro a la Mejor Película del Festival Internacional de Cine de Venecia.

La segunda década del siglo trajo, además de una pandemia, la nueva crisis para el cine nacional. En tiempos recientes, las producciones nacionales apenas suman 2.000 espectadores en sala; se enfrentan a la crisis política, la polarización, las dificultades económicas y sociales, el éxodo, la falta de apoyo y financiamiento, y el incumplimiento de la ley por parte de exhibidores.

Han pasado 126 años del inicio del cine en Venezuela: ¿y qué sucede ahora? Dos periodistas especializados desmenuzan esta realidad y reflexionan sobre sus desafíos.

Las principales necesidades del cine actual
La periodista y crítica de cine Catherine Medina habla de una crisis profunda, como la que se puede ver en otros sectores, como en el de la salud, por ejemplo. “Hay mucha gente que habla del cine venezolano como si fuera una industria y esto es falso. Es decir, en mi opinión lo que hay en Venezuela son emprendimientos cinematográficos: una persona que consiguió un financiamiento aquí y la otra parte del dinero la consiguió allá” explica Medina. “Lo que hay son voluntades, micromecenazgos y unas ganas tremendas de hacer cine; pero no hay una industria”. Sobre esta base, la periodista y crítica de cine sopesa la distancia que hay entre el estado actual del cine nacional y su posible estatus de industria cinematográfica:

“En el país hace falta una libertad económica para que tú te puedas sentar a escribir un guión durante un tiempo, que te lo paguen y recibas un estímulo económico por hacer eso. Necesitas también formarte como actor, formarte como técnico, como asistente de script, como asistente de dirección; es decir, aquí hace falta centros de enseñanza para cada una de las áreas que compone el quehacer cinematográfico. Y yo creo que este análisis es muy pertinente a la luz de las huelgas que ocurrieron en Hollywood, porque uno piensa que no tienen nada que ver con uno, pero en realidad sí. Los guionistas y los actores estuvieron meses reclamando unidos y esto es muy importante: sindicatos unidos discutiendo temas como seguro social, remuneraciones, royalties, ganancias por retransmisión de shows; y reúne a las plataformas, a los estudios, es decir: eso es una industria. Y aquí no hay esas estructuras”.

Entre las carencias en el cine nacional, Medina menciona una que considera necesaria: la crítica. “Somos sumamente victimistas y auto condescendientes. Yo hago un cortometraje, yo hago el peor cortometraje del mundo, y nadie me lo va a decir. Lo voy a meter en cualquier cantidad de festivales y a mí nadie me va a decir nada. Y el que se le ocurra criticarme, yo le voy a decir: ‘oye mira, es que yo tengo tres trabajos, entonces yo grabé esto en la noche porque en el día todos mis actores trabajaban. Y las luces no están bien porque yo lo que usé fueron tres lámparas’”, sentencia. “Aquí no hay capacidad de autocrítica y de autorreflexión, porque las condiciones en las que se hace absolutamente hacen que cualquier cosa sea heroica. Y eso no ocurre en ecosistemas normales. La necesidad del cine venezolano pasa por ejercer la crítica y separar la emocionalidad, la visceralidad y la racionalidad”.

¿Se estrenan más películas que en años anteriores? ¿Y sería eso un signo positivo para el cine nacional?
El periodista Humberto Sánchez Amaya indica que esta no es la época con mayores estrenos en el cine nacional. La razón, una realidad compleja: “No es el mejor contexto para las películas venezolanas. A La caja (2021) de Lorenzo Vigas no le fue tan bien en taquilla, a pesar de que fue una buena película, una película con buena crítica, que pasó por Venecia. Es de Lorenzo Vigas, que ganó el León de Oro, el Primavera de Cinematografía, para muchos el más importante que ha tenido el país. Si bien está el fenómeno Simón (2023), que superó los 100.000 boletos vendidos, es un fenómeno muy circunstancial y muy puntual”.



Catherine Medina coincide en que hay un universo de cosas que están sucediendo pero, a pesar de celebrarlo, no es necesariamente un signo de mejoría: “Todavía hay casos de censura en el cine venezolano. Nosotros no hemos podido ver en las salas de manera libre Infección (2019), que es la primera película de zombis dirigida por un venezolano; nosotros no podemos ver El Inca (2016) sin tener que recurrir a la piratería”.

Explica: “Porque si yo por ejemplo quiero ver Macu, la mujer del policía (1987) o quiero ver Maroa (2006) o Desde Allá, yo no las consigo en ninguna plataforma de streaming que no sea, por ejemplo, Guayaba Film, que ahorita está dedicada al cine latinoamericano. Tú vas a la Cinemateca Nacional y no consigues Hermano. No tienes manera de acceder a esas películas una vez se estrenan. Cinesa y Carlos Oteiza han hecho un trabajo muy inteligente que es poner todas las películas en el canal de YouTube y ahí tú puedes conseguir Tiempos de Dictadura (2012), Rómulo Resiste (2021); puedes conseguir todos los documentales recientes, puedes conseguir El Pueblo Soy Yo (2018), que es sobre la era de Chávez. Pero, ¿cuántas películas venezolanas no se han perdido? Sergio Monsalve puso de moda un canal de Telegram, llamado Películas de Cine Venezolano, que es una comunidad donde la gente pide películas y alguien las pone y se descargan. Yo ahí he visto cosas que no se consiguen fácilmente: El Relajo del Loro (2012), por ejemplo, que es una película súper interesante. Pero, sin un sistema de estructuras y de instituciones que protejan, respalden y fomenten la actividad cinematográfica, es muy difícil que nosotros podamos ver una mejoría”.

En este contexto: ¿qué sucede con los espectadores?
Para Catherine Medina existe un divorcio entre el público y los cineastas venezolanos: mientras unos quieren contar unas cosas, los demás buscan ver algo distinto. “No sé por qué pasa, porque al final el público es el que va a financiar la película de alguna manera y el que va a hacer que esa película suene y se vea”, explica la periodista. No obstante, insiste en que hay una brecha, un divorcio entre los cineastas venezolanos y quienes hacen vida dentro del cine venezolano, y el público.

¿Es eso todo? Para Medina hay, no obstante, algunos visos de progreso. “Al mismo tiempo, noto que el lenguaje de los cineastas venezolanos se ha ido renovando. No puliendo, pero sí se ha ido renovando. Sin embargo, todavía escucho comentarios como que el cine venezolano es puro malandro, putas y droga. Y resulta que eso dejó de ser así en los 2000. Sí, las películas todavía más populares son de índole social. Pero está el caso de Érase una vez en Venezuela (2020), que habla sobre la sedimentación en el Lago de Maracaibo. Entonces, te das cuenta de que el cine venezolano tiene otro obstáculo: su propio público no lo conoce”.

A pesar de compartir la misma conclusión, Humberto Sánchez señala causas diferentes para este fenómeno; considera que se trata más de una timidez, una caída en número de espectadores que no ha logrado recuperarse desde la pandemia: “Pasamos de un promedio de 30 millones en total de entradas vendidas a 5 millones el año pasado”.

Sánchez coincide con Catherine Medina en que la temática del cine nacional ha sido variada, aunque los que han llevado más espectadores a las salas son aquellos filmes de corte social. “En eso apoyo al director Jackson Gutiérrez, que dice que ese es nuestro cine de acción. Así como en Nueva York están los gánsters, en Caracas están los malandros”.

¿La estética venezolana tiene nuevas formas de expresión?
“Yo creo que aquí no tenemos buenos guionistas, salvo, por supuesto, contadísimas excepciones: Alberto Barrera Tyszka, Karín Valecillos, que además hizo El Amparo (2016) y participó en Luis Miguel, la serie (2018). Pero, en general, yo creo que nosotros todavía arrastramos problemas de guión. Pensemos en Simón; tendemos a complicarnos demasiado las historias. La de Simón es sencilla: un joven venezolano que fue torturado, detenido, apresado en las protestas de 2014 y se tiene que ir a Estados Unidos; y allí no sabe si regresar o pedir asilo. Tocas ya dos problemas: me regreso, extraño mi casa, no me encuentro aquí… Y también está el pedir asilo: cómo me mantengo, cómo soy útil. Pero entonces el guionista complica la historia de Simón con un robo, con unas medicinas, con un compañero que también roba. La existencia humana ya es complicada como para agregar más obstáculos. También hay un tema técnico de renovación del lenguaje. Nosotros todavía tendemos mucho a la telenovela y creo que hace falta una revisión profunda de nuestra educación al momento de escribir guiones”.

En esta realidad tan compleja, ¿hay elementos positivos para el cine nacional?
La diáspora, por ejemplo, ha generado un fenómeno interesante: cine hecho por venezolanos, entre venezolanos, pero en otras latitudes. Así lo indica Humberto Sánchez Amaya. Esto ha generado otras maneras de hacer, de producir y de obtener financiamiento.

Para Catherine Medina, si bien la falta de libertad económica y de instituciones que permitan a los realizadores acceder a préstamos son aspectos que condicionan el sector, reconoce y celebra iniciativas como la Asociación Venezolana de Mujeres Cineastas, JEVA, que ha logrado convenios con institutos internacionales: “Es un gran apoyo para las mujeres que están empezando o están buscando cómo llevar a cabo su proyecto”.


Imágenes cortesía de los instagram: @simonthefilm, @fotografiacenaf y @expressjj
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