sellocultural.com

Esta vez sí funcionará


En esos primeros días, reír y llorar fue la forma que encontró para lidiar con lo que ocurría. Mientras el embarazo amenazaba con desarrollarse en su vientre, Daymar vislumbraba esa delgada línea que la separaba de cualquier criminal común.

Por Samuel Calzadilla Rojo
Twitter: @alesrcx



Más allá del pinchazo, lo que le preocupaba de hacerse la prueba era el resultado. Aunque ya había recibido comentarios que la hacían dudar, necesitaba que un papel le confirmara lo que su cuerpo estaba manifestando.

—Esa está embarazada —le soltó el papá de una amiga, con tan solo verla de reojo unos días antes.

Ahora era sábado, un sábado más del 2020. Aunque no para Daymar, quien atravesaba un callejón de su urbanización para tomar el autobús que la llevaría al laboratorio. Hace apenas dos meses celebraba su cumpleaños número 21, y mientras ella se tatuaba una serpiente como autoregalo, la vida parecía dibujarle una media sonrisa efímera.

Minutos después de llegar a su destino, Daymar se topó de frente con diversos pares de ojos. De las frentes caía sudor, y de las manos alcohol antiséptico al 70%. Frente a la recepcionista del laboratorio pidió realizarse un Beta HCG cualitativo, y el resto fue esperar. Mientras tanto, pensó en Andrés, el chamo con el que llevaba semanas saliendo. Ella no buscaba nada definitivo, mientras que él solo podía admitir una relación formal.

Ese primer desacuerdo no interfirió en la conexión que ambos sentían. Luego de chatear por varios meses, se dieron las salidas, los besos y también los primeros momentos de intimidad. Aunque el desenfreno reinaba, Daymar siempre fue consciente sobre el uso de preservativos. Más que obvio, era necesario. Su condición de ovarios poliquísticos le impedía utilizar cualquier método anticonceptivo sin antes pasar por una serie de procesos complejos y costosos.

El mismo sábado en que Daymar fue al laboratorio, estuvieron listos los resultados. La recepcionista los imprimió y luego los deslizó por el mostrador: el examen era positivo.

Por fin algo “positivo” ocurría en su vida, pensó. Junto a la risa nerviosa, su ironía era un veneno que la consumía.

—Se rompió esa mierda. El maldito condón se rompió. —del otro lado del teléfono, sus amigos la escuchaban a través de un chat grupal en Facebook—. Andrés llevaba una vida sexual tan muerta, y en cuanto se activa me preña. Definitivamente estamos salados.

Daymar siempre supo que no quería tener hijos. Para ella la vida es childfree o no es. Su decisión estaba sustentada, entre otras cosas, en la seguridad con la que afirmaba que no tenía nada bueno que ofrecer a una criatura. Ahora, de paso, ella era el sostén económico de su familia, lo cual añadía un argumento más a la lista.

—Supongo que le daremos de comer humildad y buenos valores —pensaba en voz alta, mientras veía venir las voces que le dirían que aquello era una bendición.

En esos primeros días, reír y llorar fue la forma que encontró para lidiar con lo que ocurría. Mientras el embarazo amenazaba con desarrollarse en su vientre, Daymar vislumbraba esa delgada línea que la separaba de cualquier criminal común. Según el Código Penal Venezolano, ella solo podía parar todo si corría peligro de muerte. Pensar en eso la hizo recordar otros momentos en los que tampoco fue capaz de elegir, como cuando fue víctima de abuso, y ni siquiera pudo evitar que su familia la culpabilizara por algo que no consintió.

Aunque leer sobre embarazos no deseados era algo de su cotidianidad, nunca sabes cómo afrontarlo hasta que te pasa a ti. Las reglas de la clandestinidad hablan de Misoprostol y Mifepristona, de pastillas y ciclos que parecen interminables, de cómo identificar el momento en el que debes acudir a urgencias para evitar morir desangrada en los brazos de la incertidumbre. Daymar sabía qué, escogiera lo que escogiera, no tenía otra opción que llevar este proceso lejos de su familia y de su casa.

Pronto la decisión estuvo tomada, por lo que solo bastaron un par de horas de investigación para conseguir las pastillas necesarias. Sin pensarlo, Andrés se movilizó lo más rápido que pudo hasta un hospital en Caracas, donde una pareja de enfermeros lo esperaba para hacer la transacción.

—Veinte, como me dijiste. A cinco dólares la unidad —balbuceaba la pareja, a mitad de camino entre Grey’s Anatomy y Breaking Bad.

—¿Son las originales?

—Claro, son las que se usan aquí.

A la par de los dealers, las amigas de Daymar hablaron con ella para explicarle el procedimiento desde sus propias experiencias. En el primer ciclo, dijeron, debía intentar con cuatro pastillas, y prepararse con un arsenal de toallas clínicas, analgésicos, antibióticos e infusiones artesanales. Todo se resumía a un intento. Al final, le explicaron que cada organismo es distinto, y que hacer lo que iba a hacer implicaba provocar el colapso del cuerpo por completo.

—¿Y no piensas decirle a tu familia? —le reclamaban por teléfono.

—Ustedes me tienen que estar jodiendo. Para ellos solo soy una puta irresponsable.

El mismo día que Andrés hizo la transacción, las estrellas llenaron de puntos blancos el cielo y las manos de Daymar, donde las cuatro pastillas reposaban a la espera de su ingesta. Pese a tener la solución en sus manos, la incertidumbre le revolvía el estómago. Esa noche, la familia de Andrés cenaba lentejas, y de postre se comían la coba de que ella solo estaba de paso por un pequeño problema familiar. Incluso luego de ingerir las pastillas nadie se imaginaba lo que sucedía dentro de un cuerpo que ya no era lo que solía ser. Al tacto, su piel era como tocar una gelatina: estaba muy sensible y todo le dolía.

Los primeros síntomas de las pastillas aparecieron con rapidez pero sin contundencia. Era solo fiebre, malestar y dolor. Los gritos no llegaron, la sangre siguió circulando normalmente y nadie buscó un taxi —a falta de ambulancias— para que la trasladaran a urgencias. “Jamás recuperaré mi vida”, pensaba durante su sueño febril.

Nada más ocurrió esa noche. Ni tampoco en los días siguientes.

—Estoy cansada. Se supone que a los 4 días debería llegarme el periodo, pero nada. ¡Nada funciona! —explicaba Daymar en el chat grupal. 

—¿Será que estaban vencidas las pastillas? ¿Revisaste bien? —le respondían.

Daymar había revisado todas las pastillas, intentando adivinar su vigencia y autenticidad. Todo parecía real. Sus amigas le decían que esas eran las verdaderas, que intentara de nuevo con otro ciclo. Incluso una ginecóloga, a la que recurrió con Andrés para saber el estado de su embarazo, le dijo que todo estaba bien y que esta era una experiencia de la cual saldría más que fortalecida.

—Doctora, yo no quiero ser más fuerte. Yo solo quiero vivir en paz —respondió agotada.

A estas alturas, cada paso que daba parecía alejarla de la solución. En internet, otras personas proponían malta con canela, pujar hasta el cansancio, y un sin fin de procedimientos rudimentarios que solo le permitían pensar: ¿esto de verdad funciona?

Mientras tanto, el dinero competía con el tiempo para ver quien se agotaba primero. Los gastos ascendían a más de doscientos dólares y la comida comenzaba a faltar en casa. Hace días que había dejado de matar tigritos online para atender el embarazo. Ahora, más que un bebé, necesitaba parir una solución.

Entre los posibles desenlaces llegó a contemplar el suicidio. Incluso pensó en el lugar y el momento perfecto. Pero cuando ya estaba dispuesta a todo, una amiga le dio la esperanza que necesitaba para intentarlo una vez más.

—¿De qué país son esas pastillas que te tomaste? ¿Tienes las cajas? —le preguntó Alejandra.

—De República Dominicana. Ni siquiera vinieron en caja, son unos sobres de aluminio.

Ya no había tiempo para averiguar qué era lo que se había tomado en realidad. Ese mismo día, Alejandra le pasó un contacto de quien le había vendido las pastillas a ella cuando estuvo embarazada. “Escríbele”, le dijo, “las de él no te van a fallar”.

Esta vez la transacción fue diferente. Mientras Daymar explicaba lo que había pasado, el nuevo dealer les mostraba testimonios de otras parejas que le agradecían por su ayuda.

—Escúchame —soltó el dealer después de terminar con los captures—. Ahora en Venezuela hay cinco tipos de pastillas diferentes. Tres de ellas son falsas. De las otras dos, solo una que viene de Reino Unido es totalmente efectiva. Esa es la que yo vendo.

Daymar quería sospechar, pero una parte de ella presentía que su primer intento había sido con un placebo. ¿Por qué todas le habían dicho que tenía las pastillas correctas?, se preguntaba. ¿Cómo saber si la engañarían de nuevo? Las imitaciones son muy difíciles de distinguir, le explicó el vendedor. “Además, de qué me sirve a mí vender unas pastillas falsas. Con las verdaderas quizás no gano tanto, pero al menos tengo clientes y recomendaciones”.

En un país lleno de vacíos legales y hospitales desahuciados, lo más parecido a un médico que puedes tener en estos casos es un tipo en franelilla que se baja de una moto para contarte estas cosas. Ella lo sabía muy bien, y por eso confiaba una vez más.

Esa noche, Daymar agarró un vaso de su cocina y se sirvió agua. Pensaba en volver a casa de Andrés e intentarlo de nuevo, pero el asalto sorpresivo de la intuición de su madre no le dio tregua.

—Tú estás embarazada, ¿verdad?

—Sí, mamá. Estoy embarazada —el cansancio que sentía la llevó a responder casi automáticamente—. Y Andrés, el muchacho que está en la sala, es mi novio.

Aunque su madre no dijo nada, Daymar sabía que en el fondo la desaprobaba. Desaprobaba su embarazo, desaprobaba que quisiera solucionar todo con unas pastillas, las mismas que acababa de comprar y que minutos después se tomó con el vaso de agua, pensando que morir en su apartamento era preferible a morir en una casa ajena.

Esta vez no adivinaba cuánto tendría que esperar, así que, al igual que en el laboratorio, volvió a Andrés. Ahora lo tenía frente a ella. El miedo se mezclaba con su determinación, sintiendo que cada segundo era un momento de gloria y desdicha.

—¿Te sientes bien? —le soltó Andrés, tomándola de la mano por primera vez.

—Solo siento que esta vez sí funcionará.     



[Texto generado en el taller “Hacer literatura con hechos reales” de Círculo Amarillo, facilitado por Lizandro Samuel]
Sello Cultural 2021. Todos los derechos reservados.