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Las IA y El ciclo natural de las palabras


Por Reynaldo Hernández
X: @reynaldoahm

Hace unos pocos días Joanna Maciejewska se hizo viral con su comentario sobre las IA, en el que decía: “I want AI to do my laundry and dishes so that I can do art and writing, not for AI to do my art and writing so that i can do my laundry and dishes”.


Y es que parece que el pináculo del éxito es ganar la carrera sin haber corrido. ¿Por qué queremos deshacernos de lo que elegimos hacer en primer término?

Sí, ya sé. Una posible respuesta es alcanzar la suficiente solvencia económica para no trabajar, para vivir de la renta y dedicarse a los placeres de la vida. Suena bien, ¿verdad?

Pero cuidado. La tendencia a los extremos y el fundamentalismo genera más problemas que soluciones. Quiero decir: Todo extremo y fundamentalismo tiende a la destrucción. La resiliencia, los balances, son los que nos permiten acercarnos a la plenitud.

Antes de avanzar quisiera establecer dos cosas:

1. En lo personal no me siento ni cerca de mi plenitud, así que más que consejos de vida o premisas infalibles, acá planteo irresolubles y me hago cuestionamientos. Si no para responderlas, para poder seguir aprendiendo a partir de un registro de mi trayectoria. Ver en unos años qué cosas inocentes pensaba mi yo de ahora con respecto a ese Rey del futuro.

2. Yo también quisiera tener la solvencia económica para vivir como un Rey. Así debería ser, según lo establece mi apócope.

Pero no, no quisiera nunca dejar de hacer lo que hago.

¿Qué hago? Me gusta verlo como jugar con las palabras.

Vamos entonces a echarnos un jueguito, a propósito de la reflexión de Maciejewska:

En la frase “no son enchiladas, mijo”… ¿de qué nacionalidad es el wey que habla? ¿Qué chingados nos quiso decir?

¿Y en el caso de los panas que nos dicen “vamos a hacer una vaca”?

¿Y cuando un weon nos dice que alguien “está hablando cabezas de pesca’o”?

Utilizamos expresiones y modismos porque implican comunicarle al interlocutor que no solo hablamos el mismo idioma, manejamos el mismo código. Utilizamos expresiones y modismos para seducirnos.

Ahora, contrario a lo que la película Her nos vendió, no todas las IA son Scarlett Johansson. Oh, no. No, no. NO.

Los seres humanos no funcionamos solo sobre una base lógica y literal, ni coherente. De hecho, lo literal siempre es solo la punta del iceberg. Sí, la puntita.

La forma más efectiva de decir y seducir es utilizando jergas que circunscriben nuestro mensaje a un determinado contexto. Además, produce el efecto de mostrarnos convincentes. Si lo dices con una expresión reconocible por muchos, tu premisa debe ser cierta, o al menos a tu interlocutor se le hace verosimil por la familiaridad de tus palabras en el mensaje. Al hacerlo, conectamos. O no.

Acá interviene un factor más: los errores y las fracasos tienen el hermosísimo, valiosísimo y muy útil rasgo de permitirnos aprender. Al escribir, ejercemos procesos mentales y tomamos decisiones. Si delegamos esos procesos en la máquina, si no erramos ni fracasamos, será muy difícil construir cosas nuevas, no habremos cachado ciertas revelaciones. Además, nos habremos perdido de la diversión de hacer lo que nos gusta hacer.

En mi ignorancia, me imagino que, si no construimos cosas nuevas, estaremos interrumpiendo El ciclo natural de las palabras. Que las IA generativas eventualmente no podrán generar oraciones. Porque los lenguajes no se crean ni se destruyen: se transforman.

Al trabajar en marketing, educación, literatura, música, política, o cualquier disciplina que incluya el lenguaje (todas incluyen el lenguaje), hacemos grandes y constantes esfuerzos por transmitir un mensaje. Si ese mensaje no es capaz de conectar con las capas menos evidentes de una audiencia, es poco probable que logre generar el impacto deseado.

Además, aunque sea la misma audiencia, las fórmulas se desgastan, los gustos cambian.

Pienso que el camino —más que por crear fórmulas— va por generar sistemas. En una fórmula introduces los elementos y obtienes un resultado. En un sistema consigues un rango más amplio de acción. No solo introduces elementos, sino variables, condiciones, lapsos…

Esa dinámica codificada requiere de recursos lingüisticos que optimizan nuestra comunicación.

Un eufemismo suaviza. Una rima armoniza, ayuda a memorizar. Una onomatopeya demuestra. Las ironías disimulan. Las metáforas embellecen.

Y las personas —y solo las personas— hemos desarrollado el criterio para saber cuándo es más prudente utilizar cada uno de ellos. Y entender cuando nos las dicen. Nos adaptamos a esas variables.

“la función primaria de la metáfora es proporcionar una comprensión parcial de un tipo de experiencia en términos de otro tipo de experiencia. Esto puede implicar semejanzas aisladas preexistentes, o la creación de semejanzas nuevas, y mucho más (...) son las semejanzas tal como son experimentadas por la gente”. (Lakoff).

Claro que existe la otra cara de la moneda. Ser literales, concretos y precisos también implica algo, le estamos diciendo al interlocutor que esto es así y punto, sin ambigüedades. Es un mecanismo. Mecanismo. Máquina. ¡Oh (¡puf!), espera un momento!

Cuando utilizamos las IA generativas para producir textos, se pierden esos matices orgánicos. Ellas usan mecanismos incapaces de incluir a voluntad (¿voluntad?), ni con naturalidad o de manera correcta, las construcciones verbales que surgen naturalmente en el habla, como capas. Oh, sí, capas. Prendas que otro debe remover poco a poco, lentico. Esos matices son el resultado de conexiones con significantes que representan lo que hay en nuestro entorno.

“Existe una gran diferencia entre qué quiere decir esta palabra y qué quieres decir con esta palabra”. (Graciela Reyes).

Es una brecha insalvable con las IA, incluso con prompts específicos y claros. Chat, Gemini, Copilot, Junia, Jasper o Luzia no son muy seductores. Si se intentara programarlas para serlo, más temprano que tarde se diluiría ese esfuerzo. La lengua, aunque los hablantes no lo perciban, cambia constantemente (Saussure).

Es una cosa rarísima y contradictoria: es a la vez tradición y actualización.

Si pones atención, si te asomas a la ventana y escuchas con detenimiento, a lo lejos puedes escuchar cómo a un listillo se le acaba de ocurrir —como por generación espontánea— una frase graciosa que va a “pegar”. Pasa en las canciones de Bad Bunny, pasa en la vida real. Son frases que se alimentaron de la tradición y del ingenio. Chispazos. Destellos.

Esas frases que surgen para reavivar la lengua no son las más probables, al contrario, son efectivas porque no son evidentes, a nadie se les habían ocurrido.

Si las IA son modelos predictivos y probabilísticos, eso también quiere decir que al chat jamás se le podrá “ocurrir” algo así, pues no existe dentro de las probabilidades. No se ha dicho. No forma parte del ciclo y no puede echar mano de eso. 

Soy un gran fanático de la ciencia ficción. Creo a pie juntillas que todo, absolutamente todo, es posible. Lo mejor, lo peor, lo inaudito, lo inesperado; también lo necesario y lo innecesario. Y espero que todo suceda. Por eso, aunque no soy capaz de verlo en este momento, confío en que algún día las IA serán capaces de hacer cosas que ahorita estoy convencido de que no pueden hacer.

 
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