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María Antonieta Flores: “Supedité mi voluntad al poema”


La escritora venezolana publicó recientemente el poemario
Los gozos del sueño (Oscar Todtmann editores), que se suma a una docena de libros. Directora de El Cautivo, revista digital con casi dos décadas de actividad, forma parte de una nutrida fila de poetas nacionales. “Reconocerse parte de una tradición permite trabajar con humildad y con mayores certezas”, señala.

Por María Angelina Castillo
Twitter: @macborgo


“En la creación hay un misterio que siempre permanece inescrutable, y es bueno vivir eso”, dice la poeta María Antonieta Flores. Ella acepta ese misterio. Y por esa senda camina su proceso creativo, que es complejo, que tiene aspectos ocultos. “Si uso una imagen, hoy pienso en una vasija que se llena y se vacía. Es un suceder continuo pero nunca igual, habría que pensar más bien en el movimiento de la espiral”, complementa.

Para la creadora venezolana —también ensayista, crítica literaria y profesora universitaria— escribir depende de muchas cosas: unas que le atañen, otras que no. Entonces explica: “La poesía es un vínculo entre lo racional y lo irracional, lo consciente y lo inconsciente, la emoción y el pensamiento, entre el yo y lo otro, el adentro y el afuera. Es una zona intermedia. La poesía es íntima y transpersonal al mismo tiempo. Entonces, tiene que darse una sincronía entre esos espacios. Para lograr ello hay preparación y trabajo porque no es algo mágico. Hay poemas míos que son dictados, salen ya completos, y otros que han sido trabajados y corregidos. Lo fascinante del trabajo creativo es que no es rutinario ni sigue pasos específicos, en mi caso”.

Nacida en Caracas en junio de 1960, Flores es fundadora y directora de la revista digital El Cautivo, que acumula casi dos décadas de actividad y más de 60 números. Allí mantiene su columna de reseña y crítica literaria “Epífitas”, que en años anteriores publicó en páginas culturales de los medios El Universal y El Globo.


Además, Flores ha recibido diversos galardones por su obra, entre ellos el Premio Municipal de Literatura Rafael Ángel Insausti, Mención Ensayo (1996); y el Premio Anual de la Fundación para la Cultura Urbana en el año 2001 por su poemario Índigo. Entre sus influencias literarias destacan autores como Teresa de la Parra, Fernando Paz Castillo, Juan Antonio Pérez Bonalde, Miguel Otero Silva y José Martí. Su poesía ha sido traducida al inglés, alemán, rumano y portugués brasileño.

¿Defines tu estilo poético con algún título, nombre o etiqueta?
No. Las etiquetas son limitantes. No pertenezco a escuelas ni a grupos. Prefiero el desarraigo, me da mayor libertad en el viaje poético. Esas apreciaciones les corresponden más a los críticos.

¿A qué lugares te ha llevado la poesía?
A los lugares imaginarios que construyen los poemas. También, gracias a la poesía, conocí ciudades, pueblos, personas que no imaginé conocer. Estuve en Pátzcuaro y en el castillo de Bran, en Transilvania; y he estado cerca de los volcanes, he contemplado el Pacífico y el Mediterráneo. Y son imágenes que han llegado al poema de una u otra forma y que han nutrido mi bosque interior, porque están también los lugares interiores que he podido visitar y habitar. En algunos he ido y he regresado; en otros, he permanecido.

¿Cómo se lleva adelante un proyecto como El Cautivo en este contexto? ¿Qué ha sido lo más difícil a lo largo de los años, qué satisfacciones te ha dejado?
Lo más difícil ha sido permanecer. Satisfacciones, muchas. Lograr culminar un nuevo número es una; reconocer la generosidad de los poetas y los lectores, otra. Cuando fundé El Cautivo, en 2004, no había la diversidad de revistas digitales que hay hoy en día, ni era tan fácil diseñarlas; los blogs eran una promesa en esa época. Hoy con las redes sociales y la velocidad web, con la apuesta por la cantidad y la rapidez, El Cautivo permanece con su intención original: una publicación slow reading y con carácter artesanal, sin alardes.

Los gozos del sueño (Oscar Todtmann editores) es tu más reciente poemario, que se suma a más de una docena de publicaciones: ¿en qué se convierte la poesía cuando se hace libro?
En algo más permanente, más palpable. En un tejido cuyo diseño se logra ver al extenderlo como si de una alfombra se tratara, una alfombra mágica. Un libro de poemas es un diálogo de voces y momentos que se entretejen. Así los poemas, autónomos cada uno, terminan hermanados bajo un sentido. La poesía cuando se hace libro se convierte en eslabón de una cadena, sea esa cadena la de mis propios libros o los de la poesía en general.

Formas parte de una enorme tradición de voces poéticas venezolanas, ¿qué representa eso para ti?
Una permanencia, un arraigo. Para mí es esencial la tradición. Yo no creo en la ruptura de la tradición, porque cuando ocurre lo que se percibe como una ruptura, si se revisa, se encontrará que también está vinculada a la tradición. Por ejemplo, en estos últimos años ha habido para algunos poetas la necesidad de trabajar el espacio de la hoja, mostrar las tachaduras, incorporar elementos no verbales en el poema. Si bien se puede percibir como una ruptura con relación a las formas de finales del siglo pasado, esto no es ninguna novedad. Basta con revisitar propuestas de la década del 70 o de los años 30 del siglo pasado. Reconocerse parte de una tradición permite trabajar con humildad y con mayores certezas.

¿Cuál es esa noche que explora la poesía, ese temblor, ese misterio?
La noche del alma, la del mundo interior. Pero, también la poesía explora la noche colectiva, la desgracia del mundo o la de lugares determinados, los exterminios, el horror.

¿Has tenido dudas alguna vez en tu camino como poeta?
Sí. Todavía las tengo.

¿Cuál fue el pacto que decidiste hacer con la palabra?
Obedecerla. No usarla. Escuchar su pálpito. Ser leal a la palabra. Supedité mi voluntad al poema.

¿Crees que hay alguna promesa enredada en el poema?
Es probable y quizás hay más de una promesa, pero nunca me lo he planteado.


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