Me encanta el VAR
¿Al fútbol lo están matando? Si les sigo el juego con la desproporcionada analogía, me atrevo a decir que más bien lo están reviviendo.
Por Lizandro Samuel
Twitter: @LizandroSamuel
El uso de la tecnología es una de las cosas que más estoy disfrutando de Qatar 2022. Cada vez que el árbitro pita un fuera de juego, sonrío, me froto las manos y me pongo en el borde del asiento, esperando el VAR. Salivo a la espera del video que muestre ese offside milimétrico, en el que el atacante quedó en posición ilícita debido a que la noche anterior no se cortó la uña del dedo meñique.
Yo sé que en este momento me deben de estar viendo con mala cara. Les pido perdón, apreciados lectores, es que a mí en serio me gusta el fútbol. Antes muchísimo más que ahora. Hay gente que cuenta su vida en trabajos, estudios, parejas, álbumes o películas. Si a mí me preguntas dónde estaba en el 2008, me vendrá a la mente la Eurocopa de Austria y Suiza, el primer torneo internacional de ese rubio narizón de poca estatura del que, yo estaba seguro, oiríamos hablar mucho: Luka Modric. ¿En 2007? La Copa América de Venezuela, claro. En el 2018, varios amigos cercanos migraron, me acuerdo porque ese fue el año del Mundial de Rusia. Las Torres Gemelas cayeron el 11 de septiembre de 2001: casi un año después de que Juan Román Riquelme deslumbrara al planeta en la final del Mundial de Clubes.
Lo siento, así soy. Quizá quisiera que fuera diferente, pero la memoria funciona de esa forma: cada quien recuerda desde la emoción. Y, para ser justos, yo no los ando criticando a ustedes cuando piensan en un año y les viene a la mente la pareja que les hizo la vida imposible o el trabajo del que los despidieron.
Antes solía ser un poco Grinch en los Mundiales. Es que siendo el evento sociocultural que más atención acumula, es natural que haya muchos advenedizos que se acuerden de que el fútbol existe cuando Shakira, o quién sea, baile en la inauguración y después quieran opinar como si el día anterior hubiesen recibido su phD en balompié. Es que recuerdo, por ejemplo, que en Brasil 2014 había un par de comentaristas que estaban sorprendidos por ver Philipp Lahm jugando de mediocentro en Alemania. Nenes, vamos, el tipo tenía todo un año ocupando esa posición.
Aquí debo señalar algo fundamental: a mí me gusta ver (buen) fútbol. No ver ganar, como decía Dante Panzeri: salvo a la Vinotinto, no apoyo a nadie. Tampoco me gusta estar rodeado de gente que pierde el control y grita cada vez que Messi toca la pelota. Ni me importa la vida de los futbolistas fuera de la cancha. A mí me gustan los procesos: entender lo que pasa en el campo.
Hace poco alguien menor que yo veía repeticiones de partidos de hace una década. Le llamó la atención el tiempo que perdían los jugadores reclamando, así como la gran cantidad de piscinazos. Le dije que buscara partidos de hace 15 años. Quedó boquiabierta al ver cómo, en los tiros libres, las barreras se movían con tanto descaro.
Yo sé que no todos los que me leen son de esos que les importa más el line-up musical de la clausura que la convocatoria de cualquier selección. Muchos de ustedes, incluso los que ahora por tiempo/interés/motivación dedican menos horas al mes a ver/pensar/leer sobre este hermoso deporte, deben recordar que hasta hace nada –o sea, en el año II Antes de la Pandemia– era normal que muchos fallos arbitrales decidieran partidos. No me refiero a esas situaciones que aman los programas de televisión, en las que se puede debatir por horas si fue o no fue mano. Hablo de cosas groseras: offsides de un metro, goles que no existían.
O sea, ¡Inglaterra fue campeona del mundo por un “gol” que nunca entró al arco! ¡Maradona se hizo famoso por un gol con la mano y Thierry Henry clasificó a Francia a un Mundial de la misma forma!
Yo prefería no gastar mucha energía evaluando esos detalles. Aunque terribles, eran parte del juego: el nivel de exigencia a los árbitros era inhumano (es imposible para el ojo detectar el fuera de juego que ve la cámara), por lo que los errores formaban parte del folklore futbolero. Sin embargo, la gente se quejaba mucho. Desde los aficionados hasta los entrenadores.
Y ahora que todo eso está disminuyendo, ¿se van a seguir quejando?
Es que hasta los fans de las teorías conspirativas tienen memoria corta. Quien más se opuso al uso de la tecnología fue el anterior presidente de la FIFA, Joseph Blatter. Por algo sería.
Las reglas del juego
La cuestión sobre quién ve fútbol y cuánto fútbol ve es importante. No son ánimos de provocar ni es mera pedantería intelectual. Es que hay un problema respecto a los generadores de matrices de opinión. Un porcentaje importante de ellos suele ver y estudiar poco. Estoy hablando de gente que trabaja en periódicos, en canales de televisión, en radio. Pueden preguntarle a cualquier futbolista o entrenador, es evidente que muchos de quienes omiten opiniones no ven demasiados partidos.
Lo que pasa es que es muy difícil estar actualizado. Una vez Axel Torres habló sobre lo casi imposible que era ser “periodista de fútbol” a secas. Que con el tiempo se aprenden ciertos vicios que permiten maquillar el trabajo, aunque que en el fondo se sabrá que se está ejerciendo desde cierta mediocridad.
Es imposible analizar el rendimiento de un jugador sin haber visto al menos sus últimos 10 encuentros. Este es el motivo por el que, de unos años para acá, ha venido cobrando mayor relevancia en los círculos especializados la figura del analista, que alimenta al nicho de gente que más que ver quiere pensar sobre fútbol. Al mismo tiempo, los periódicos sobresalientes tienen plantillas muy grandes. En El País hay dos o tres periodistas dedicados solo al Barcelona. Lo que significa que han visto todos los partidos de la plantilla profesional durante los últimos 20 años, además de los del filial y varios de los equipos juveniles.
A estas tendencias de un porcentaje importante de gente que opina en plataformas sin ver ni interesarle el juego, sino otras cosas relacionadas con la farándula y el espectáculo futbolero, hay que sumar un porcentaje todavía mayor de gente que por genuina falta de interés (o bien por falta de tiempo o flojera) no conocemos las reglas.
Estudiando en el tercer nivel de la Escuela de Entrenadores de Venezuela (la cual dejaba mucho que desear, por cierto), nos tocó una materia que era algo así como Reglas de Juego II. El profesor puso un video de capacitación que usaba la FIFA con los árbitros. Había una sucesión de jugadas y la persona tenía que escoger después, entre varias opciones, cuál era la resolución correcta.
Enfrentamos el video de forma colectiva. Éramos una veintena de entrenadores, algunos con experiencia en Segunda División y en selecciones menores, todos ejerciendo desde hace al menos cinco años, todos con un pasado como futbolista a diferentes niveles (había, incluso, un exprofesional que llegó a estar convocado con la Vinotinto). Lo interesante fue que nos costaba mucho ponernos de acuerdo. Y que, cuando al fin lo lográbamos, escogíamos la respuesta incorrecta. El puntaje que obtuvimos como grupo fue de alrededor del 60%.
Eran jugadas como las que suelen causar polémica. El video nos mostraba una falta. Luego nos preguntaba qué debía hacerse: tiro libre directo, tiro libre indirecto, tarjeta amarilla, tarjeta roja, ley de la ventaja, etc. Eran criterios FIFA, los que se usan en los Mundiales. Porque, vale acotar, cada liga tiene sus propios matices. La prueba tuvo resultados contundentes: no dominábamos el reglamento. Siempre recuerdo que una vez el entrenador Saúl Maldonado, exvinotinto, nos dijo en una clase que él se retiró a los treinta y tantos años: ahí se enteró de que el fútbol tiene 17 reglas.
17 reglas que, aunque mantienen la esencia, cambian detalles todos los años en las convenciones de FIFA. ¿Recuerdan que Raúl González jugaba con un anillo y Figo con una cadena? De un momento a otro eso dejó de estar permitido. Lo mismo pasa con las interpretaciones respecto a las faltas y las manos: cambian con frecuencia.
De las cosas más llamativas de esta Copa del Mundo está siendo la gran cantidad de minutos que se agregan por partido. Pero esto ya lo habían anunciado antes del torneo. Responde –con eficacia o no– al interés de aumentar el tiempo efectivo de juego. Antes de que existiera el VAR, los partidos de élite duraban en realidad alrededor de una hora: se perdían 30 minutos, aproximadamente, entre faltas, reclamos, cambios. Por la razón que sea FIFA quiere que haya más juego y menos cháchara. Entre las muchas cosas que ha probado está la determinación actual de tratar de recuperar cada minuto. Se puede estar o no de acuerdo con esto (de hecho, a mí no me convence). Lo que no tiene sentido es molestarse con el árbitro cuando da 10 minutos de tiempo agregado: él solo está cumpliendo su trabajo.
Se me ocurre que el fútbol se parece mucho al ludo y al Uno. Los venezolanos me entenderán. El primero es conocido como parchís en otros lados. El segundo es un mazo de cartas que amenizó muchas noches playeras en épocas previas a los celulares. Nadie que yo conozca se leía las reglas de ambos juegos, todos se cernían a los matices acordados antes de la partida o a los que imponía el dueño del tablero o de las cartas. Fue divertido ver cómo, años después, cuando salieron las versiones online de ambos, tantas personas se sorprendían de las diferencias que había entre las reglas “oficiales” y las que ellos aplicaban.
Al fútbol lo están matando
A ver, a las ballenas azules las están matando, a los ciudadanos que viven en regímenes totalitarios los están matando. Al fútbol no. El mundo del deporte está lleno de exagerados: no creo que le hagan bien a la industria tantas metáforas bélicas. De los aficionados que se quejan con pasión no diré nada. Pero, parafraseando una entrevista a Hernán Crespo que alguna vez se viralizó, un profesional de la comunicación no debería expresarse así.
Al buen periodista, si de verdad le preocupa la salud del fútbol, quizá debería dejar de cuestionar cada decisión arbitral y empezar a hacer investigaciones serias: sobre el amaño de partidos, por ejemplo, que es un mal que ha tomado que involucra a apostadores y futbolistas; o bien sobre la corrupción, la malversación de fondos y el tráfico de influencias. Que, si a ver vamos, es más probable que al fútbol lo “mate” jugar un Mundial en Qatar que un fuera de juego polémico.
Mi impresión es que, hasta ahora, este es el Mundial con menos incidencia arbitral en el resultado de los partidos desde Alemania 2006. De lejos. Y uso de ejemplo ese torneo porque desde ahí es cuando más he estudiado las competiciones. ¿Estamos ante un deporte en el que el reglamento se aplica con mayor precisión que hace cuatro años?
Una vez, leí una investigación que analizó varias centenas de partidos “anulando”, por decirlo de algún modo, los goles que habían sido marcados en fuera de juego, con manos o tras penales fingidos. Aunque los campeones de ligas no variaron mucho (en España, por ejemplo, la mayoría de los títulos seguían siendo del Barcelona y del Madrid), los de Champions y torneos de eliminatoria directa sí fueron bien distintos. Recuerdo, también, que uno de los profesores del Colegio de Entrenadores nos contó de un partido arbitrado por un ensayo de inteligencia artificial: hubo que suspenderlo antes del medio tiempo por la cantidad de expulsados.
Estamos ante competiciones tan imperfectas como el ser humano. A estas alturas, por ejemplo, creo que pocos se atreverán a cuestionar que los árbitros, consciente o inconscientemente, suelen favorecer un poco a los conjuntos más mediáticos. En un partido entre Getafe y Las Palmas también hay faltas mal cobradas, pero no ocupan tanto espacio en prensa. Los árbitros saben que si se equivocan en contra de Brasil o Argentina los van a insultar mucho más que si se equivocan en contra de Venezuela o Bolivia. Además, los países de más renombre tienen las federaciones de mayor influencia. O sea, las que pueden afectar más una carrera. No estoy hablando de amaños, sino de presión. Nadie expone igual frente a un salón de clases que ante millones de personas.
Dentro de una cancha pasan cosas que se escapan a los aficionados. Un jugador que se queja durante 45 minutos predispone al colegiado, así sea inconscientemente, contra su equipo. Alguien que a cada rato está tratando de fingir una falta es posible que consiga que cuando de verdad le den una patada, en el minuto 90 durante un partido decisivo, los árbitros duden y no cobren penal. O al revés: si un futbolista tiene fama de violento o si un equipo defiende durante todo el encuentro con dureza, es probable que en algún momento le piten una falta que en realidad no lo fue.
Cuando empezaron a televisarse más partidos, disminuyeron las agresiones, los insultos y provocaciones (por ejemplo, las manoseaderas a los genitales y a los glúteos); resultó imposible volver a ver a jugadores saltar al campo con alfileres para agredir. Cuando empezó a aplicarse en Sudamérica el spray, las barreras dejaron de adelantarse y los cobradores de pelota detenida dejaron ubicar el balón donde no correspondía. Ahora que la tecnología indica si la pelota cruzó o no la línea de meta, no se ha vuelto a usar un término con el que crecí: “goles fantasmas”.
No me digan que no estamos yendo hacia adelante. ¡Es que cualquier árbitro es hoy día un atleta! Es más fácil ver algún futbolista, en ligas de menor nivel, pasado de peso que un profesional del silbato que no esté apto para llegar de primero en cualquier maratón. Ergo, están más cerca de las jugadas.
¿Al fútbol lo están matando? Si les sigo el juego con la desproporcionada analogía, me atrevo a decir que más bien lo están reviviendo.
Ahora, es cierto que hay cosas que demandan explicación.
Adaptarse al mundo
Toda la música que te ilusionó a los 16 años es la mejor música del mundo. Algo así le leí una vez a Hernán Casciari. Él mismo dijo, en una entrevista, que esa es la mejor edad para disfrutar de un Mundial. Hay gente que repite “están matando al fútbol” y que en realidad quiere decir “están cambiando al fútbol”. Hay quienes incluso dicen lo segundo con una indisimulable melancolía. Debe ser desconcertante ver que las cosas que alguna vez te importaron están cambiando tan rápido.
Esos duelos personales, comprensibles, nada tienen que ver con la calidad del producto. De hecho, el pico más alto de calidad de juego creo que se alcanzó entre el 2008 y el 2015. Ahorita estamos en un punto más bajo que ese, pero sin duda más alto que todo lo que antecedió al 2008. Los motivos no vienen al caso. Adonde quiero llegar es que pese a eso las estadísticas son claras: la gente, en especial las nuevas generaciones, se interesan cada vez menos por el fútbol.
No voy a fingir que no entiendo a quienes lo desprecian. El fútbol como producto de entretenimiento me parece cada vez más aburrido. No los pináculos: la Champions, el Mundial, la Premier League y alguna copa continental de selecciones. Sino lo que pasa en el medio de todo eso, lo cual representa el 95% de los partidos. Es más, lo que pasa en esas cosas también puede ser soporífero. Lo más emocionante de las Copas del Mundo suele ser el ambiente, la exclusividad del torneo y las diferentes narrativas que convergen. ¿Argentina juega bien o mal? A la mayoría le importa más saber si Messi va a lograr alzar el trofeo que le falta o no.
Hay cierta monotonía. Ahorita el Barcelona está en restructuración, mientras que el Madrid viene de su punto más álgido. Esos roles se invertirán en unas temporadas y así hasta el infinito. Siempre habrá una nueva estrella, un nuevo crack, un nuevo DT, otro récord. Cientos de partidos al año. Y yo quisiera ver muchos de ellos, pero también me gustan las series, el freestyle, el cine y nunca dejo de leer. ¿Qué ha hecho el fútbol como industria para renovar el interés aparte de llevar al Mundial a un país que viola derechos humanos y devaluar su máximo torneo ampliando la cantidad de clasificados?
Necesita actualizarse. Y algo fundamental en ese proceso es perseguir más justicia reglamentaria, darle más espacio a la tecnología. Lleva varios lustros de retraso en comparación al tenis, básquet y rugby. Ahora remonta a su ritmo. El VAR es una herramienta estupenda, aunque insuficiente.
Es verdad que de su uso, así como de las reglas del juego en general, se opina con mucha irresponsabilidad. No obstante, también es cierto que los árbitros como gremio han hecho muy poco para que no sea así. Lo dijo Gerard Piqué en entrevista con Ibai: a estas alturas parece inconcebible que los árbitros no hablen con la prensa. Son parte del espectáculo. Los periodistas deben tener la oportunidad de preguntarles por qué pitaron tal cosa. Y ellos deben tener la oportunidad de explicarse. Y hasta de decir, llegado el caso, sí, me equivoqué, lo siento.
Las ruedas de prensa de árbitros serían el preámbulo, quiero pensar, de un mundo en el que se les permita tener sus propios canales en redes sociales para comunicarse directamente con el público.
Esto ayudaría a hacer más transparente un entorno que se ha caracterizado por una opacidad que luce demodé. ¿Por qué el público no puede escuchar, en vivo, las conversaciones entre los colegiados? Los comentaristas juegan al pitonizo, desde su ignorancia, para tratar de interpretar lo que creen que está pasando. Sería más fácil si, al igual que en el rugby, el micrófono de los árbitros estuviese conectado al de la señal televisiva. Por un lado, empezaríamos a entender las complejidades de su trabajo; por el otro, se les obligaría a ellos y a los jugadores a ser más respetuosos. Por último, se abriría una nueva brecha en este espectáculo. Imagínense escuchar en vivo: “Eh, González, que ese gol me parece que viene antecedido por una falta. Yo te sugiero que la veas, porque está muy justita. Hay mucho de interpretación. Te vamos a mandar la señal al monitor y tú decides, ¿vale?”. No me digan que esto no le metería sazón a cada partido.
El fútbol puede encontrar en la tecnología una nueva forma de diálogo con el gran público, al cual viene perdiendo de a poco. También hay que empezar a rebatir cualquier atisbo de duda sobre la limpieza de las competiciones, hacerles la vida más difícil a las mafias de apostadores y construir relaciones transparentes. Desde hace 15 años, las plataformas digitales le abrieron paso a analistas que comenzaron a diseccionar el juego, para las audiencias, de un modo hasta entonces inédito. No puede ser que en una época en la que hay físicos explicando conceptos complejos en YouTube, no haya ni siquiera árbitros profesionales dando entrevistas.
FIFA publicó un comunicado tras el partido de Fase de Grupos entre España y Japón, para explicar por qué el balón, al contrario de lo que pensaban muchos, en realidad no había salido de la cancha previo a uno de los goles nipones. Muy bien que lo hicieran; sin embargo, esa práctica no deja de parecer propia de una institución autoritaria. ¿No es mejor que el propio árbitro explique la jugada después del partido? Incluso, ¿no es mejor que nos la expliquen mientras está sucediendo?
El Mundial de Qatar 2022 puede ser recordado de dos maneras. Como el pináculo de un montón de engaños con los que pretendían vender la idea de que el fútbol podía ser más justo. O bien como el primero de una era en la que la tecnología reducirá hasta su mínima expresión los fallos humanos. Es decir, como un vicio más del pasado o como la primera piedra del futuro. Veremos.