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Qatar 2022: todos somos hipócritas


Está muy bien criticar el Mundial de Qatar e indignarse con los futbolistas. Pero también lo está cuestionarse la realización de ciertos conciertos e indignarse con los músicos.

Por Lizandro Samuel
Twitter: @LizandroSamuel



La FIFA fue juzgada en Nueva York como una organización criminal, de la misma calaña —por ejemplo— que las mafias italianas o rusas. El dato es importante. Llegado el momento, los jueces consideraron que el máximo ente del fútbol mundial —el que se reúne con presidentes de todos los países, el que tiene más influencia que la ONU— no era ni un organismo deportivo ni político, sino, ante todo, criminal.

Esto en el marco del FIFA Gate, el escándalo de corrupción que acabó con la mayoría de los directivos presos o acusados. ¿Se acuerdan? Hago un breve repaso. FIFA escogió en unas elecciones —en las que solo tienen derecho a voto 24 miembros: 24 hombres, millonarios, que toman una decisión decisiva para cualquier nación— las sedes de los Mundiales de 2018 y 2022. Las mejores opciones, desde casi cualquier punto de vista, eran España y Estados Unidos. Digo desde casi cualquier punto de vista porque solo había un detalle insignificante de contrapeso: escoger a Rusia y a Qatar beneficiaría más a los bolsillos de los 24 votantes.

Y no es que las opciones de España y Estados Unidos los perjudicaran en lo más mínimo. En los pantanos más peligrosos, hasta el más ingenuo termina siendo un cocodrilo: el peculado ha sido pan de cada día en casi todos los torneos internacionales de fútbol.
El caso es que Estados Unidos se enfureció. ¿Que lo iban a dejar sin organizar el Mundial que (tos incómoda) le habían prometido? Hizo lo mismo que el dueño del balón cuando los demás niños no lo quieren dejar ser protagonista: se llevó el juguete. Puso al FBI a investigar lo que ya se sabía desde hace décadas. Una mañana de 2016 los medios mundiales se desayunaron con la foto de los máximos directivos de fútbol saliendo esposados de un hotel en Zúrich. ¿Quién dijo que no existen los finales felices?

Derechos humanos


El Hada Madrina, ella lo dijo. Porque su magia no radica en hacer justicia, sino en cumplirle deseos a la protagonista del cuento. Y en esta historia, a diferencia de en la ficción, no se cierran ciclos sino que se abren heridas.

Más allá del FIFA Gate, ya Qatar había sido designada sede del Mundial. Se hizo mucho para mantener esta decisión: se cambió la fecha del torneo de junio a noviembre, para evitar las más altas temperaturas del desierto; se construyeron estadios top en tiempo récord, un proceso en los que murieron miles de personas; se fundó una ciudad, en la que se siguen violando los derechos humanos de las mujeres y de la comunidad LGBTIQ+. Aquí entró en juego una invitada que casi nunca había mirado hacia esa parte del mundo con tanto ahínco: la Opinión Pública.

Lo primero que hay que decir es que la elección de Rusia como sede de 2018 era bastante controvertida: todos sabemos las políticas que lleva adelante el reinado de Putin. Lo segundo es que ya había antecedentes de países organizadores que violaran los derechos humanos: Argentina 1978. Lo tercero, vamos a sincerarnos, es que si se descartan Estados Unidos y la Europa Occidental, quizá sumando a esa lista a Japón y Australia, luce casi imposible organizar un Mundial en cualquier parte del mundo sin que eso signifique muchas cosas que, cuando menos, deben causar indignación. En Brasil 2014, por ejemplo, también murieron muchas personas en las construcciones, además de que se destinó dinero público (bastante del cual ya se sabe que va a los bolsillos de señores de traje y corbata) a organizar un evento en un país con serios problemas de pobreza.

Pero lo de Qatar ya fue tensar la cuerda demasiado. Pasamos de lo repugnante a lo vomitivo. Recordemos, además, que la designación se hizo hace ocho años; en un mundo en el que las redes sociales tenían menos influencia.

¿A quién le importaba Qatar?


Las ONG, cierto sector muy respetable del periodismo, los activistas y distintos
movimientos feministas han dado la cara casi siempre. Todos los anteriores están siendo los protagonistas de un siglo XXI en el que, a diferencia del antecesor, es cada vez más difícil fingir que la alfombra está llena de tierra y no de mierda. Claro que, en tiempos de posverdad, desinformación y teorías conspirativas, hay quienes se dan el tupé de preguntarse si la alfombra de verdad existe. Pero esa es otra historia. El caso es que los movimientos sociales, algunos con más tino, están cambiando al mundo. Y los centennials, en general, tienen mayor sensibilidad hacia las injusticias y desigualdades. Además de un menor cinismo hacia la podredumbre. Ojalá que no sea solo la candidez y el ímpetu de la edad.

Obviando a todos los anteriores, ¿a cuántas personas escucharon en las últimas décadas denunciar las violaciones de derechos humanos que existen en Qatar?

Manuel Soriano hizo un reportaje sobre el tema que se publicó en una importante revista. Allí cita a Danyel Reiche, profesor especializado en deportes y política que lidera la Comisión de Investigación sobre el Mundial de Qatar 2022 de la Universidad de Georgetown. “Me atrevería a decir que sin la Copa del Mundo y las inversiones deportivas que lo pusieron en el foco internacional, Qatar quizá hubiera sido invadido por Arabia Saudita”, opina Reiche.

Debido a que Budweiser es uno de los principales auspiciantes de FIFA, Qatar ha
flexibilizado sus normas en lo referente al consumo de alcohol. Asimismo, pese a la tolerancia cero y violaciones de derechos humanos hacia personas homosexuales, el Gobierno qatarí anunció, a través del director del comité organizador del Mundial, que recibirán a personas de la comunidad LGBTIQ+ siempre que no haya “demostraciones de afecto en público”. Aunque lo dicho suena bastante ridículo, hay que señalar que esta es una medida sin precedentes dentro de una nación tan retrógrada.

El país, al menos así lo indica Amnistía Internacional, ha tenido que adaptarse a lo que significa un Mundial. Dice Reiche: “La Copa del Mundo es un propulsor de cambio político en Qatar, porque Qatar quiere el reconocimiento de la comunidad mundial, y el problema de los trabajadores migrantes le empezó a jugar en contra. Le llevó un tiempo a la élite qatarí darse cuenta de que no iban a obtener la reputación e influencia que estaban buscando si no trataban el asunto de los derechos humanos. No están cambiando las leyes laborales porque la población local lo demande, sino por las críticas internacionales a raíz de la atención que trae el Mundial”. De este modo, se ha instalado un salario mínimo, se le permite a los migrantes cambiar de empleo y salir del país sin permiso de su empleador. Aunque parece muy difícil que la situación de esclavitud de facto en la que viven tantos obreros cambie a corto plazo, el sistema ha empezado a erosionarse.

Mientras que FIFA, que desde hace rato venía tratando con tiranos, introdujo en mayo de 2017 una política según la cual ahora cualquier país que aspire a organizar un evento internacional debe respetar los derechos humanos.

La periodista Antonella González, enviada especial para cubrir el Mundial, tuiteó el 16 de noviembre: “Llevo 4 días en Qatar. He visto mujeres con shorts y top haciendo ejercicio, he saludado a mis compañeros con un beso, he visto alcohol en restaurantes (no todos) y la gente está celebrando en la calle con total normalidad”. En contraposición, ya se viralizó la imagen del reportero danés al que interrumpen en plena transmisión por “grabar donde no debía”. Y también el video en el que, justo enfrente del estadio, se le pregunta a Maluma por esta situación; el cantante se molesta y se va.

Si el objetivo de Qatar era limpiar su imagen y ganar cierto poder blando, se puso a sí misma en una encrucijada: las críticas que ha recibido y las denuncias quizá sean en cierta medida positivas para las millones de víctimas que han padecido el régimen totalitario. El mundo entero, que hasta hace nada estaba lleno de personas que no sabían ubicar dicho país en el mapa, ahora se preocupa por esa población. Esto, caiga bien o caiga mal, es una consecuencia colateral de la atención que genera el fútbol. En el último año, por primera vez en toda mi vida, puedo contar más de diez personas que no entren en el grupo que mencioné al principio de este capítulo que han hablado del tema.

Con toda la evidencia anterior, hay una duda que me incomoda: ¿qué va a pasar después del Mundial? Repito: ¿qué va a pasar después del 18 de diciembre cuando a usted, querido lector y apreciada lectora, deje de invertir su preciado tiempo en denunciar/criticar a un régimen totalitario que viola derechos humanos y vuelva a olvidarse de que existe un país llamado Qatar en el que se matan mujeres, gais y extranjeros?

La pelota sí se mancha


Recuerdo una columna de John Carlin, luego del FIFA Gate, en la que decía más o menos lo siguiente: casi a todos los que disfrutan del fútbol les gusta voltear la cara cuando medio se enteran de uno de los horrores que ocurren tras bambalinas. El fútbol, después de todo, es entretenimiento: el público quiere desconectarse de sus problemas y vivir en una realidad alternativa llena de héroes deportivos. Ser testigos de una serie que ocurre en el mundo real. Esa quizá es una de las razones por las que el periodismo deportivo de investigación es casi nulo.

Los máximos directivos de la FIFA se sentían tan cómodos y confiados por la indulgencia que recibían del público, periodistas y funcionarios que se arriesgaron a realizar un Mundial primero en Rusia y luego en Qatar sin temer a las consecuencias. Como el delincuente que roba y mata al lado del Palacio de Justicia, pues se siente intocable.

La Copa América Venezuela 2007 es uno de los eventos más bochornosos de los que he sido consciente. Si en las reuniones en Suiza los directivos operaban con el sigilo de novelas de espías, en este caso hasta el —en ese entonces— gobernador del estado Zulia habló de los millones de dólares que salían del aeropuerto todos los días, de cómo sobornó (se sobrentiende que con dinero público) y del tipo de negociaciones que se realizaban. Lo contó a un medio como si estuviese hablando de su cena del fin de semana. Ese nivel de descaro vi en las calles, en las que todo tipo de funcionarios de (in)seguridad revendieron entradas a las afueras de los estadios, mientras en la otra mano sostenían armas de fuego.

Pudiéramos hacer una lista de cosas que deberían escandalizar. Empecemos por el hecho de que la Premier League, la hoy día mejor liga del mundo, recibe mucho dinero proveniente de China. Es decir, de un país que viola los derechos humanos y en el que se han perpetrado, en años recientes, genocidios a diferentes etnias. El futbolista Mesut Özil —campeón del mundo, por cierto— se quejó de eso en sus redes y nunca volvió a disputar un partido en Inglaterra. En vez de eso se mudó a la Turquía en la que manda quien fuera el padrino de su boda: Recep Tayyip Erdogan, quien ha sido acusado de cometer crímenes de lesa humanidad.

Podemos hablar de Venezuela, que bien podría entrar en la categoría de China y Qatar, y en la que la gran mayoría de los equipos de fútbol profesional recibe dinero del régimen. Incluyendo a la Vinotinto en todas sus versiones. En los momentos de menor descaro, eran muchas las gobernaciones que se anunciaban como patrocinantes de equipos: se usaba dinero público para pagar salarios que podían alcanzar los cuatro y los cinco dígitos en dólares. Esto en plena gestación de la crisis hospitalaria y en tiempo de escasez. Hoy en día, el fútbol venezolano se sostiene gracias a políticos que aparecen en la lista de la DEA, en un país cuya tres cuartas partes de la población vive en pobreza. De ahí sale el dinero para pagarle a uno de los mejores entrenadores del continente: José Néstor Pékerman, quien es seleccionador nacional.

Podemos hablar del Real Madrid y de su celebrado presidente Florentino Pérez, del
Chelsea que construyó Román Abramóvich, de la trata de africanos hacia Europa usando el fútbol como excusa, de la red de pedofilia que se denunció en el fútbol profesional de Argentina hace años. ¿Sigo? Ya estamos llegando a los carteles que financian a clubes mexicanos y estoy a un empujoncito de empezar a hablar de la red de narcotráfico organizada a partir de barras de fútbol en toda América.

Una vez le pregunté a un futbolista profesional si la mayoría de los jugadores eran
conscientes de dónde venía el dinero que cobraban. Él me dijo que no y que, aunque lo fueran, no deberían sentirse mal: ellos solo hacen un trabajo. Por supuesto, esto me lo dijo un latinoamericano. En la Europa occidental, la suciedad extra cancha es menos burda y se mueve con más sigilo. También allá hay tanto dinero producido alrededor del balón que hay que decir que los jugadores son los menos beneficiados de una industria que genera millones de dólares por hora.

En fin, voy a dejarme de rodeos y pondré el foco en donde más me duele. Me molesta que el Mundial se haga en Qatar. Dicho esto, soy venezolano. Para ser coherente con ese modelo de pensamiento, debería empezar por pedir la suspensión del fútbol y de la selección de mi país.

¿Por qué los protagonistas no se pronuncian?


He leído a gente indignada porque los futbolistas y seleccionadores permanecen callados. Creo que muchos fantaseamos en algún momento con una suerte de protesta masiva. Ahora abramos los ojos.

¿Qué se espera exactamente de los futbolistas? Más allá de que la imagen de las estrellas se hiperboliza por el marketing no hay que olvidar que, por ejemplo, Mbappe tiene 23 años. De los cuales la mayor parte los ha pasado entrenando y jugando. Los más veteranos, como Messi, rondan los 35. Una edad en la que recién, en cualquier contexto fuera del deporte profesional, muchos empiezan realmente a entender qué quieren en su vida. Aunque pueda sonar idiota todo esto, voy a precisar que conozco a profesionales universitarios cuarentones incapaces de diferenciar las nociones básicas de izquierda y derecha en política. No se olviden de que los futbolistas son personas salidas de la misma sociedad que habitamos todos.

Dicho lo anterior, sin duda hay decenas de estos profesionales con mucho criterio,
inteligencia y una buena formación como para entender lo que está pasando mejor que varios opinadores de oficio. Ahora bien, ¿cómo sería una protesta? ¿Qué objetivos se buscarían? ¿Qué estarían dispuestos a negociar y aguantar? Hagan el ejercicio, cierren los ojos, dejen volar su imaginación y luego díganme qué creen que pueda pasar.

Los futbolistas necesitan organizarse. Los intentos que han hecho han sido insuficientes. En ese sentido, el fútbol femenino le lleva una clara ventaja al masculino. La selección de Estados Unidos, por ejemplo, tiene todo un ideario político que acompaña su apabullante destreza deportiva. Lograr estas cosas lleva tiempo. Y, lo crean o no, hoy día es probable que los jugadores tengan mayor organización como gremio que hace 20 años. Imagínense cómo eran las cosas antes.

Algunas protestas, sobre todo referidas a los impagos, han dado resultados. Pero la verdad es que todavía se están resolviendo cosas como garantizarle un seguro a cada profesional, ofrecerles asesoría financiera o la posibilidad de salir del clóset sin que eso ponga en riesgo sus carreras. Hay que preguntarse también qué aliados podrían tener en caso de organizar su propia revuelta social.

Muchos periodistas se han quejado en tiempos recientes de que los streamers les están robando atención. Una vez escuché a un reconocido presentador criticar que Ibai Llanos había entrevistado a Lionel Messi y no le había preguntado por el hecho de que fichara por el PSG, un club que es una suerte de lavado de imagen del régimen de Qatar. ¿Cuántos periodistas de ESPN, Olé o Marca han hablado de eso con Neymar, Mbappe o Sergio Ramos?

La verdad es que el periodismo deportivo mainstream está más cerca de la imagen de Pablo Giralt llorando por entrevistar a Messi, que de la famosa conversación frente a las cámaras que mantuvieron Richard Nixon y David Frost. Hasta es bien sabido que muchos medios importantes reciben dinero de altos directivos para moldear la opinión pública. ¿Alguien se acuerda de cuando la directiva del Barcelona le pagó a varios especialistas para que hablaran mal de Gerard Piqué y Lionel Messi, con miras a erosionar su poder dentro del club?

Aunado a eso, las personas encargadas de cubrir deportes en grandes medios suelen tener más perfil de figuras del espectáculo que de periodistas. Los programas más masivos son, a su vez, teatros que buscan generar tendencias en redes a costa de polemizar por cualquier tontería.

Por último, no hay que olvidar que muchos futbolistas pertenecen a países del mundo libre en el que sus gobernantes negocian todos los días con naciones como Qatar. Lo cual nos lleva a una pregunta, ¿por qué está bien que el mundo entero se llene de teléfonos chinos que fabrican empresas relacionadas con su gobierno sin que haya protestas masivas?, ¿por qué está bien que tantos mandatarios firmen convenios con países como Venezuela, Rusia o Nicaragua sin que se armen escándalos en la opinión pública? ¿No es contradictorio criticar los embargos económicos que realiza Estados Unidos a países no democráticos y al mismo tiempo estar en desacuerdo con la realización de un Mundial en Qatar?

¿Por qué se le pide más a un futbolista que a un político?

La hipocresía en nuestras vidas


Recomiendo la serie This is football, de John Carlin y producida por Amazon Prime.
Muestra el efecto positivo que ha generado la existencia de este deporte —incluyendo su versión profesional— en el mundo. Es conmovedora. Yo mismo suelo decir que el fútbol y la literatura me salvaron la vida. No es una exageración.

¿Justifica esto las cosas que se cometen detrás de las luces del estadio? No. ¿Lo
compensa? Tampoco. ¿Pueden coexistir tanta podredumbre y luminosidad? Lo hacen, de hecho. Y encontrar la forma de mirar estas realidades de forma integrada es un buen primer paso para empezar a limpiarlas.

Algo que me divierte de las redes sociales, en el sentido de que es mejor reír que llorar, es la indignación selectiva. En un mismo perfil de Twitter, una persona puede insultar a un futbolista que no actúa como ella quisiese, mientras dos tuits más adelante sube una foto de ella en una franquicia venezolana de café ligada al régimen.

Conozco personas coherentes en su discurso social/político y en sus prácticas cotidianas. También conozco otras que se relacionan con marcas corruptas y que prestan servicios a gente que tiene capital mal habido. ¿Por qué no preguntarse en voz alta de dónde viene el dinero para financiar equis concierto, para organizar tal feria del libro, para abrir esta discoteca? No tengo problemas, por ejemplo, con que cada quien consuma lo que le apetezca. Ahora bien, ¿qué camino de sangre recorrió esa droga que lleva a tus manos un dealer?

En el siglo XXI, dentro de su vertiginosidad, se está produciendo algo interesante: la posibilidad de cuestionar y conversar estas cosas en voz alta. Si me lo preguntan, está muy bien criticar el Mundial de Qatar e indignarse con los futbolistas. Pero también lo está cuestionarse la realización de ciertos conciertos e indignarse con los músicos. Para esto no es necesario mirar a países que padecen dictaduras, basta con revisar El País y leer sobre conciertos de figuras de la talla de Nicky Jam y de Vicente Fernández organizados en España para lavar dinero proveniente del narcotráfico. O sea, dinero que se cobró con muertes de por medio. Conciertos hechos en países libres, democráticos, como España.

¿Qué queda para las millones de personas que vivimos en lugares en los que hasta una feria del libro se organiza con dinero producto de las violaciones de derechos humanos?

Algunas interpretaciones sugieren que lo que le cantaban las sirenas a Odiseo eran
verdades sobre el mundo. Por eso él, a diferencia de sus tripulantes, no usó tapones de los oídos. Quería escuchar. Lo que sí hizo fue amarrarse, porque el conocimiento que no se sabe administrar podría volver loco a cualquiera.

Estar informado es importante. Comprender lo es más aún. Reflexionar hacia diferentes direcciones resulta fundamental para desenvolverse de forma ecológica dentro del mundo. Evadir lo anterior sin contemplaciones es peligroso. Le tengo más miedo a quienes deciden prestar servicios a empresas o particulares relacionadas con violaciones de derechos humanos, que a cualquier tirano. Después de todo, los segundos necesitan de los primeros para existir. Dicho esto, hay cosas que no tienen una respuesta/solución sencilla.

Creo que es fundamental cultivar una sociedad basada en la circulación de información de calidad (periodismo, ciencia, humanidades), que promueva la comprensión y empatía (arte). En la que cada quien piense sobre sus propias propuestas éticas, para realizar las acciones consecuentes.

No podemos concluir, por ejemplo, que el fútbol le pertenece a la FIFA y los políticos. Aunque sea parte de la ecuación todas las cochinadas que hacen. ¿Cuál es la mejor forma de resistencia? No digo de rescatar de la podredumbre a esos universos culturales (hablo de deportes, arte, ciencia, comida) que nos gustan, lo cual puede llevar varias generaciones, sino al menos de impedir que la descomposición siga avanzando. Supongo que en ocasiones, y de forma innegociable, hay que abandonar espacios/proyectos; sin embargo, creo que no puede ser siempre, en todo contexto, la única manera. Porque el Mundial de Qatar apesta. Pero estoy seguro de que casi todos tenemos a nuestro alrededor —y a veces hasta en nuestros bolsillos, neveras y estantes— algo que también huele mal.
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