La urgencia crossmedia en la literatura
venezolana
La mayoría de los libros más populares son pensados, como mínimo, para que tengan tres ramificaciones: el papel, el digital y el audio. A partir de allí, se están dando toda clase de adaptaciones y expansiones de lo más creativas y en diferentes direcciones.
Por Lizandro Samuel
Twitter: @LizandroSamuel
Después de varios años de ausencia, Famasloop lanzó un nuevo álbum: Lo más seguro es que quién sabe. Entre las canciones hay una, de la que sale la cita que le da nombre a la producción, que resulta especial por ser uno de las escasas muestras de narrativa crossmedia que se han dado en la literatura venezolana: Dengue.
Dengue es el título de uno de los relatos de no ficción que se encuentran en el libro Caracas muerde, de Héctor Torres. En él, un malandro habla del funcionamiento de su “trabajo” mientras descubre que se siente particularmente mal ese día. Va a la farmacia, creyendo que fue víctima de una de las enfermedades que transmite el mosquito aedes aegypti, cuando se ve envuelto en una situación irónica: unos colegas que no conoce se disponen a “pegar un quieto” (1) en el establecimiento.
Caracas muerde se publicó en 2012, bajo el sello de la editorial venezolana Puntocero, y se viralizó en el circuito cultural local: es uno de los éxitos editoriales más destacados de estos años. Desde entonces, el libro de no ficción cuenta con una edición en España, por Deconatus; y una bilingüe en Estados Unidos, a cargo de 7 Vientos. Esto —que es parte del proceso natural de los libros de los autores rutilantes de países como Colombia, Argentina, México, Chile o España— no deja de ser una novedad entre los venezolanos, portadores de una literatura que hasta el siglo XX pareció resistirse a la exportación.
Caracas muerde narra historias reales ocurridas en la capital de Venezuela, sin ánimo amarillista ni el corsé de la noticia, sino más bien con la mirada reposada del arte que hace que los relatos se vuelvan universales. Esta es la primera razón por la cual, diez años después, el proyecto sigue vigente y expandiéndose: hoy día cuenta con una precuela en ensayo (Objetos no declarados) y una secuela narrativa (La vida feroz), ambas también bajo el sello de Puntocero.
Antes de que aparecieran en papel, algunas crónicas del libro vieron luz en el portal digital Prodavinci. Allí se pudo testear que las historias conectaban con las personas, despertando en ellas sensaciones con potencial viralizador: sorpresa, angustia, ansiedad, solidaridad. Según el especialista Douglas Rushkoff: “la principal razón por la que la gente desea contenido es para tener una excusa —o un modo— de interactuar con lo demás”. Los relatos del libro tejen el puente de la empatía entre coterráneos y el de la incredulidad entre los extranjeros. En las páginas, además, se siente la fuerza de una ciudad en la que, pese a todo, sus habitantes se empeñan en vivir. Esa consigna esperanzadora es la que ayuda a hacer circular el libro.
Vivimos en tiempos de crossmedia y de narrativas transmedia, conceptos que se están estudiando en el mundo anglosajón desde finales del siglo pasado y desde hace más de diez años en el mundo hispano. Para varios teóricos, las narrativas transmedia implican una expansión del universo en diferentes plataformas: es necesario que la historia crezca (pienso en, por ejemplo, Avatar: La leyenda de Aang, que cuenta con una secuela también en dibujo animado, una precuela en novela y varios spin-off en cómic). Lo crossmedia, por su parte, hace alusión a las adaptaciones del producto en otros formatos; pongamos por caso, las adaptaciones al cine.
La mayoría de los libros más populares son pensados, como mínimo, para que tengan tres ramificaciones: el papel, el digital y el audio. A partir de allí, se están dando toda clase de adaptaciones y expansiones de lo más creativas y en diferentes direcciones. Es decir, el libro que se vuelve podcast, teatro, cine, serie, cómic, red social. O el podcast que se vuelve libro y un largo etcétera.
Venezuela no solo parece haberse quedado fuera del circuito de novedades editoriales, sino que pareciera ir un poco más lento en cuanto a las discusiones del momento. Salvo en poesía, donde se han generado mecanismos eficaces de organización, bajo el paraguas de una comunidad que le dio sentido a la aparición de, incluso, una biblioteca del género en la que se realizan toda clase de eventos culturales: La Poeteca.
Con esta infraestructura y la comunicación que había surgido en redes sociales desde lustros anteriores, con movimientos como TeamPoetero e iniciativas como Autores Venezolanos, la poesía venezolana parece más actualizada en lo referente a su forma de comunicarse: el Concurso Rafael Cadenas para jóvenes autores es una vitrina importante, los libros editados por La Poeteca dan cabida a los nuevos talentos, allí mismo se realizan actividades formativas que facilitan el intercambio artístico e intelectual, etc. De esta forma, el fenómeno crossmedia se visibiliza allí de manera más clara. La Poeteca edita libros en papel, que también se pueden descargar gratis en su página web y que cuentan con versiones sonoras en Spotify. Ahora bien, sin duda uno de los proyectos que más entiende la lógica de las nuevas tecnologías es Sonorámica, liderado por Tibisay Guerra: un álbum que musicaliza algunos de los grandes poemas de nuestra literatura.
En la narrativa, la transformación de los libros se ha resumido a esperar la versión digital en Amazon y alguna que otra plataforma (no es tan notoria la presencia de nuestros autores y autoras en esos espacios), así como una poco probable adaptación al cine. Esto último se ha visto recientemente con Blue Label y Jezabel, de Eduardo Sánchez Rugeles. Aunque ya antes había obras llevadas a la gran pantalla, como Un vampiro en Maracaibo, de Norberto Jóse Olivar.
Justamente el caso de Sánchez Rugeles con su última novela (El síndrome de Lisboa) da cuenta de cómo las nuevas tecnologías han permeado en la literatura. Al no conseguir pronto una editorial interesada, Eduardo decidió autopublicar en Amazon. Eso, explicó en una entrevista, para poder ponerse a trabajar junto al realizador Rodrigo Michelangeli en la adaptación cinematográfica. Curiosamente, el libro hace poco logró un hueco en una editorial tradicional pero en inglés: Turtle Point Press.
Caracas muerde desde sus inicios tuvo una expansión que fue fundamental para mantener el diálogo con los lectores: la creación de una cuenta de Twitter. Si bien hoy día esta parece un poco adormecida, la actividad que aglutinó en dicha red social ayudó a articular una conversación significativa. De la mano, claro, de un autor que era muy activo en esa plataforma y en ese entonces también en Facebook.
Un par de años después, se rumoreó la posible adaptación al cine, así como la canción que hoy día forma parte del regreso (si cabe catalogarlo de esta forma) de Famasloop. Vale acotar que Héctor Torres es codirector de La vida de nos, portal en el que se han publicado fragmentos de sus más recientes libros, todos los cuales parecieran moverse bajo la estructura creada por Caracas muerde y entre los lectores que se cosecharon en ese entonces. El potencial expansivo de la obra es notable, tanto que hasta se le hizo un meme que circuló durante el Mundial de Brasil 2014, en el que el delantero uruguayo Luis Suárez mordió al defensa italiano Giorgio Chiellini.
Si bien es cierto que vivimos en un mundo con más posibilidades debido a las nuevas tecnologías, también lo es que las probabilidades de éxito no son muy distintas a las que había en el siglo XX, y que hay cierta precariedad general en la forma de trabajar (pienso en, por ejemplo, miles de personas construyendo comunidades en redes sin algún ingreso directo y bajo la promesa de que, quizá, en un futuro que quién sabe cuándo, eso podría cambiar). Dicho esto, la destrucción de la industria del libro en Venezuela es absoluta. Tanto que publicar ya es una proeza. Luego, lograr que ese libro llegue a las pocas librerías que quedan luce todavía más complicado.
Es muy difícil conseguir, incluso de forma pirata, ediciones en papel o en digital de algunos de los libros más importantes de los años recientes de la literatura venezolana. Autores que hasta hace quince años parecían imprescindibles en las conversaciones culturales ven difuminados sus nombres entre el hecho de que no hay reediciones de sus libros, de que las opciones para publicar son en mercados en los que quizá aún no tienen público (España, México, Argentina, Estados Unidos) y en la caída de medios que antes eran referentes. De esta forma, resultan desconocidos para nuevas generaciones de lectores. O, en algunos casos, reconocidos en redes por su trabajo crítico o su activismo político, y no por el literario.
Esa una de las dicotomías actuales de nuestra narrativa: preguntarse cómo pensar en el futuro, mientras se trata de sacar de la oscuridad un pasado que necesita ser marco de referencia y no olvido. Mientras, conviene celebrar que en una de las cadenas farmacéuticas más importantes del país ha puesto con frecuencia por los parlantes Dengue, incluso antes del lanzamiento del álbum. No debería resultar extraño que, en los siguientes años, esa suerte de clásico contemporáneo (perdón por la contradicción) que es Caracas muerde encuentre nuevas ramificaciones y garantice así su vigencia.
1. Forma popular que se usa en Venezuela para refererise a perpetrar un robo.