sellocultural.com
      

Miradas sin fronteras: Una reflexión fotográfica acerca de la migración


Si bien es cierto que los que solemos migrar tenemos los pies de un lado y el corazón en el otro, nuestras historias, por muy diferentes que sean, siempre terminan pareciéndose.

Por Ricardo Enrique Ortiz


Un niño mira a través de la ventana la carretera que conduce desde
Ibarra a Quito, luego de transitar dos días y medio de viaje
desde la frontera colombo-venezolana. (Quito, 2019)

Cada vez que viajamos a un país diferente, nuestro pasaporte se llena de marcas, de estampas o de grabados y en ese inmenso espacio de desplazamiento humano que suelen ser los aeropuertos o los puestos migratorios en frontera hay personas que no son viajeros ocasionales, que llegan definitivamente a esa parte del mundo a quedarse, al menos por un tiempo, y dejan que las tradiciones y costumbres de ese sitio los envuelvan, mientras ellos comparten las suyas. Es ese intercambio de manifestaciones lo que signa a la experiencia de vivir como migrante.

Ser migrante es convertirse en un libro lleno de historias, de relatos, de cuentos. Un libro que, cada día fuera de casa, se transforma en capítulos no contados, sin prólogo, sin índice y que son difíciles de procesar.



Un pasajero espera el llamado para embarcar su vuelo en el
pasillo del Aeropuerto Internacional Simón Bolívar, en medio
del segundo boom migratorio venezolano. (Caracas, 2015)



Un viajero camina por el boulevard de las Naciones Unidas
ubicado en el sector centro norte de la
capital ecuatoriana. (Quito, 2016)


Un ciudadano ecuatoriano espera la hora de embarque
de su vuelo a la ciudad de Nueva York, en medio
de una nueva ola migratoria. (Quito, 2021)


Un ciudadano venezolano camina por las calles de Quito con
el famoso “Bolso de la Beca” que fue parte del combo
escolar durante las políticas sociales implementadas
por el gobierno de Hugo Chávez Frías. (Quito, 2020)


Migrar es parecido a llegar como principiante a un nuevo club deportivo, a una nueva comunidad. Entrenas, te adaptas, juegas e incluso pagas la novatada. Pero es la pasión con la que haces las cosas lo que te ofrece el puesto titular. Y todo ese esfuerzo es duro, cuando vives solo, en un país que no es el tuyo.

Pasar de viajero ocasional a migrante es cambiar tu mochila por una maleta de ruedas en la que llevas tu vida entera, es tomar un avión por una razón definitiva, es llevar tus raíces como un sello de identificación. Ambas experiencias tienen algo en común, pueden documentar tu existencia a través de las palabras, de las imágenes, de los gestos.

 

Una madre con sus hijos descansa en el campamento
instalado en la frontera colombo-ecuatoriana para
seguir su viaje rumbo a Perú. (Rumichaca, 2018)


Ser migrante, a veces, es como convertirse en padre o madre. Es lanzarse al vacío y nacer en la caída, mucho más fuerte. Es tener miedo y confirmar que ya no importa el obstáculo porque no tienes más opción que hacerlo bien. Es sacrificar mucho sin importar lo que pierdes, porque siempre se gana, o esa es tu esperanza. Es abrazar esos temores que nos hacen ser simplemente humanos.

Es darte cuenta de que las nacionalidades, cómo las fronteras, son un mero convencionalismo entre ciertas personas. Si bien es cierto que los que solemos migrar tenemos los pies de un lado y el corazón en el otro, nuestras historias, por muy diferentes que sean, siempre terminan pareciéndose.



Una mujer prepara la “hallaca” (plato típico navideño venezolano)
con una gorra alusiva a la bandera de Venezuela, en
su primer año como emigrante. (Ibarra, 2017)



Dos hermanos recorren con su “Food Truck” para dar
a conocer la comida venezolana. (Ibarra, 2019)



Un voluntario francés enseña los principios básicos del rugby
a niños de escasos recursos ubicados en el sur
de la capital ecuatoriana. (Quito, 2018)



Una familia de emigrantes camina con sus bolsos viajeros en una
de las calles de la capital ecuatoriana, en medio de la pandemia
generada por el Covid-19. (Quito, 2021)

Migrar es no saber lo que estamos buscando. Es montarnos en ese avión, en ese bus o en ese ferrocarril con un equipaje lleno de recuerdos. Es sentir el mismo temor y la misma incertidumbre ante idiomas desconocidos, otras gastronomías, nuevas maneras de ver el mundo; poniendo en el rostro con todas las fuerzas una sonrisa que nos ayude a suprimir esas barreras.

Migrar es descubrir dones que no sabías que tenías, es presumir la incomodidad de que nadie entienda tus intenciones, tus valores y los principios que algún día te inculcaron. Es entender que no es fácil estar en un país donde tienes que empezar de cero.


Una ciudadana ecuatoriana envía un mensaje de texto
a sus familiares que viven en Colombia, mientras
ella viaja a visitarlos. (Esmeraldas, 2018)


Migrar me permitió conocer a un Andrés, a un François, a una Katherine, a una Diana y a una Elsa, sin dejar de mencionar a un Santiago, Camilo o Paul, ya que, gracias a ellos, entendí que independientemente de sus nacionalidades, todos somos ciudadanos del mundo, viajeros ocasionales o definitivos, pasaportes, historias, anhelos.


Con la frase “Me duele que mi obra sea justamente para las despedidas del país” del
arquitecto Carlos Cruz-Diez, un grupo de viajeros hacen fila para entrar
a la puerta de embarque en el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar
de Venezuela sobre la obra Color Aditivo del
arquitecto venezolano. (Caracas, 2015)


Escrito para la revista IUS Constitutionale de la Corte Constitucional del Ecuador.

Miradas sin fronteras: Una reflexión fotográfica acerca de la migración. (Muestra de fotografía).

IUS Constitutionale, 3, 196-205. http://bivicce.corteconstitucional.gob.ec/bases/biblo/texto/IUS/ius_n3_2021.pdf
Sello Cultural 2021. Todos los derechos reservados.