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El mundo secreto de los libros usados


Para algunos lectores se trata de una alternativa de compra más económica; para otros, obtener ediciones descontinuadas, ejemplares que nunca llegaron al país o hasta exquisitos incunables. Sea cual sea la razón, buscar en ferias o librerías un ejemplar de segunda mano es siempre la posibilidad de disfrutar desde el asombro.

Por María Angelina Castillo 
Twitter: @macborgo


Es un placer lúdico. Revisar cajas, estands en ferias o las estanterías de alguna librería que ofrezca libros usados, o de segunda mano, es jugar a ganarle al olvido, la posibilidad de rendirte ante el asombro. Son libros que pueden esconder entre sus páginas dinero, estampillas, tarjetas, fotografías, boletos de avión, alguna dedicatoria, subrayados o anotaciones.

Este mundo representa para muchos la posibilidad de adquirir textos a un menor costo o poder tener ejemplares que no tuvieron reediciones, textos exóticos, raros, incunables o con algún valor particular. En Venezuela, ante la crisis económica y la contracción del mercado editorial se ha convertido en una vía de interés.

El periodista venezolano Julio Cazalis asegura que prefiere los libros nuevos, sin embargo, acude a los de segunda mano principalmente para buscar viejas ediciones: “Aquí no son comunes las reediciones, son más bien un milagro, un acto de hidalguía hacia los lectores. El libro usado es la única opción para poder llegar a obras importantes de autores venezolanos, especialmente”.

Sin embargo, menciona algunas desventajas de este particular artefacto: “Si es una edición muy vieja, el libro puede que no perdure tanto o te exija un cuidado mayor en su tratamiento. Si bien para algunos puede ser muy curioso encontrar palabras subrayadas de lectores anteriores, a veces yo puedo verlo como una intromisión adelantada a mi conversación con el libro. Me ha pasado que leo un párrafo y encuentro un subrayado que no me parece pertinente. Pero uno convive con eso. Uno acepta esa realidad”.


La pulpería del tiempo

Uno de los espacios con mayor tradición en la venta de libros usados es La Gran Pulpería del Libro, fundada por el librero Rafael Ramón Castellanos en el año 1981. Su primera sede estuvo ubicada en el Pasaje Zingg, en el centro de la capital; pero desde finales de los noventa opera en la Avenida Las Delicias, en Sabana Grande, ahora a cargo del hijo, Rómulo Castellanos.

Para acceder a La Pulpería hay que descender, escalón a escalón, como adentrándose por una garganta de palabras y reliquias. Una cueva de la que cuelgan adornos cual si fuesen estalactitas: viejas botellas, imágenes religiosas, piezas históricas, frutas de bodegón y libros, muchísimos libros.


“Yo pienso que el libro usado, al que prefiero llamar libro de ocasión, es una huella en el tiempo. Tiene ese valor, tiene la energía de otros lectores. Es conseguir textos que te sorprenden, ediciones que jamás pensaste que existían y temáticas que te dejan estupefacto. Yo creo que son muchas buenas experiencias las que uno tiene trabajando con el libro de ocasión”, expresa Rómulo.

La librería se surte de donaciones y algunas compras que realizan. Aunque en la actualidad son pocos los libros que adquieren, por lo general solo para algún pedido específico, pues el fundador dejó un inventario bastante extenso, añade. En sus espacios se hallan unos 2 500 000 ejemplares.

El encuentro con algún libro exótico —como una edición de cantos gregorianos de finales del siglo XV hecha a mano que vendió hace dos décadas— así como tertulias con historiadores y políticos han formado parte de la experiencia de Castellanos, abogado de 48 años de edad.



“Una vez tuvimos una edición príncipe venezolana o incunable: La historia de la rebelión de Caracas, de José Domingo Díaz, cuya primera edición salió en 1826. También una edición de Documentos para la historia de la vida pública del Libertador, no recuerdo el autor, pero databa de 1827. Eran 24 tomos y nosotros tuvimos 21. Otro libro que he podido ver en dos oportunidades acá es la Enciclopedia de las cosas que nunca existieron, de Michael Fitzgerald. Además, llegamos a ofrecer una edición de La catira de Camilo José Cela mandada a hacer por Marcos Pérez Jiménez empastada en cuero y en una cajas de madera que envió a sus ministros”.

Libros como puentes

En espacios públicos también pueden encontrarse joyas. Tal es el caso de los tarantines que se amontonan bajo el puente de la Avenida Fuerzas Armadas, en el oeste caraqueño, convertidos ya en un mercado de pulgas. Con los libros se mezclan mesas de ajedrez, peluquerías portátiles y una línea de mototaxi. Textos escolares, narrativa, arte, discos de acetato y papelería se funden en el humo de la calle y los olores que llegan de los puestos de comida.

Una edición de 1973 del poemario Espejos de noviembre para sueños de abril, del venezolano Pablo Rojas Guardia, Premio Nacional de Literatura 1970, se puede esconder bajo un libro de lectura de segundo grado. O debajo de una antología de Miguel Hernández, editada por un sello mexicano, en la que algún lector decidió marcar ese nostálgico “El rayo que no cesa”.

Daniel Brassesco tiene 40 años vendiendo libros. Durante este tiempo, desde la última década incluyó en su catálogo libros usados. Aunque ha hecho amigos en la Avenida Fuerzas Armadas, son otros sus espacios predilectos: era un personaje infalible en las salas de redacción de los periódicos caraqueños, antes de que estas desaparecieran, primero por la falta de papel y luego por la pandemia.

“Yo tuve un libro con una firma de Maradona: ‘Para Camila, con cariño’. Es muy común que uno se consiga con esas cosas o dedicatorias a escritores amigos. Me hubiera gustado anotar alguna, pero esto me da pie para recordar lo que sí he hecho: recoger estampas religiosas que he ido consiguiendo en los libros usados durante tiempo. Tengo una cantidad ahí. Me gusta por lo estético”, relata.


Dice que adquirir libros usados para la venta es una labor de mucha exploración y paciencia, de descartar ejemplares en muy mal estado, que se han humedecido o tienen manchas de hongos o no poseen mayor valor: “Muchas veces la gente te regala cajas y cajas de libros, quienes se van del país, por ejemplo. Pero sucede que entre cien textos que ves te consigues con alguna obra que vale la pena, escritores buenos que no encuentras fácilmente. Son como joyitas. Pero ahora hay menos, muy poca oferta, muy pocos libros. Ya no es como antes”, asegura. Y recuerda que años atrás eran muy solicitados ejemplares de cocina (como los tomos de Mi Cocina, de Armando Scannone, un infaltable no solo entre los bibliófilos y gastrónomos, sino entre la población general), cuentos infantiles y literatura.

Además de vendedor es un asiduo comprador de libros usados. En su propia búsqueda encuentra también a otros lectores con gustos afines, con quienes se recomienda libros, autores o librerías: “Tengo amigos a quienes he conocido en esas dinámicas. Y de ese modo me han ido llegando libros muy buenos, que a uno le dejan huella conversando con la gente”.


“Un ambiente con encanto”, remata: “Lo especial de estos libros es que son principalmente ediciones buenas. Es un papel que se pone un poquito amarillo y eso le confiere un carácter especial. Hay cosas que con los años ganan: el vino, algunas mujeres. Asimismo sucede con el libro usado. Consigues sorpresas, ediciones que aquí quizás no hay o nunca llegaron. Además, es placentero eso de jurungar los libros y estar metido allí un rato”.
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