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Lupe Gehrenbeck: “El teatro es la oveja negra del mundo editorial”


La dramaturga, productora y actriz, una de las autoras contemporáneas más reconocidas del arte venezolano, considera que el teatral es el género literario que menos se publica. Sospecha que hay más dramaturgia de la que se conoce. Además, advierte sobre la escena actual: “Me preocupa cuando noto que el teatro que hacemos se escuda en la simple versión de los clásicos, en fórmulas ya probadas. Me preocupa el humor complaciente”.

Por María Angelina Castillo
Twitter: @macborgo


Lupe Gehrenbeck dice que está en tiempos de cosecha. Ocupada en la revisión de la traducción al inglés de Tierra adentro, su más reciente pieza teatral, que tendrá una lectura dramatizada en PDW Play Reading Salón del Actor Studio de Nueva York. Luego, piensa potenciar esa máquina de la imaginación para la producción escénica de este texto cuyos derechos, adelanta, ya cedió para una película.

Mientras todo esto va ocurriendo, espera la publicación de Telling Our Stories of Home, antología editada por el sello Methuen Drama que incluye su obra Ni que nos vayamos nos podemos ir. “Es mi primera publicación en inglés, que me tiene muy contenta”, expresa la dramaturga, directora y actriz venezolana.


Su mundo creativo sigue multiplicándose, pues a mediados de año saldrá, como parte del libro Staging 21st Century Tragedies: Theatre, Politics and Global Crisis publicado por Routledge, su ensayo sobre las metodologías para la creación de teatro comprometido con la realidad, una línea de investigación que ha venido desarrollando en los últimos años en los talleres que dicta en Caracas.

Además, forma parte del Comité Internacional del League of Professional Theatre Women para el diseño de las próximas ediciones del proyecto Theatre from the Streets, que articula el teatro como herramienta para brindar voz a quienes viven realidades complejas en distintos países.

Licenciada en Arte por la Universidad Central de Venezuela, con un máster en Comunicación en el New School for Social Research University (NYC), Gehrenbeck ha trabajado como actriz en las tablas –con la Compañía Nacional de Teatro–, el cine y la televisión, dentro y fuera del país. Y, además de piezas teatrales y guiones cinematográficos, ha escrito seis libros de cuentos para niños y uno para adultos: Soy hueco, luego existo.

Con la editorial venezolana Eclepsidra publicó en 2018 Gregor Mac Gregor, Rey de los Mosquitos y otras obras, que reúne ocho piezas teatrales sobre exilio, migración y desarraigo. Asegura que se trató de una responsabilidad que finalmente asumió: “Colegas y amigos me animaron, Eclepsidra me apoyó bellamente, y el blanco y negro de la página impresa le hizo justicia a lo que escribí para que sucediera sobre la escena, otorgándole su debida estatura literaria a la escogencia de cada adjetivo, a la palabra que se luce según la sintaxis, la música que propone la rítmica de los diálogos... Porque entiendo que es así que el teatro trasciende su dimensión de espectáculo y se descubre como la literatura que es”.

¿Sobre qué le habla a usted el país actual?
El país no ha dejado de hablarme de emigración, no solo en términos cada vez más dramáticos sino con el peso de lo que pareciera irreversible. La familia venezolana está rota y hurga, resignada, en las nuevas maneras de quererse en la distancia. Ya podemos reconocer un país regado por el mundo del que todos somos parte. A las ganas de irse o de quedarse que persisten, ahora se suman las ganas de volver a un país de engañoso resurgir, templado por contradicciones que parecieran separarnos de manera indeleble; un país que se mueve descarado entre la carestía extrema y los excesos del lujo, entre pellejos de pollo y Moët & Chandon... País incertidumbre y resiliencia, miedo y coraje, tristeza y alegría, luto y fiesta, censura y clamor, donde me fundo en mi necesidad de escribir con la pluma alerta. Tengo la fortuna de amar a mi país y a mi gente, como para no dudar a la hora de escribirlo.


¿La dramaturgia venezolana de años recientes tiende a la osadía o a la timidez?
Me preocupa cuando noto que el teatro que hacemos se escuda en la simple versión de los clásicos, en fórmulas ya probadas, o en modas que apuestan a lo hermético para parecer más profundo. Me preocupa el humor complaciente o que no surjan dramaturgos y dramaturgas a borbotones, con tanta historia alrededor que clama por ser contada. De eso se han tratado mis talleres, de invitar a los creadores de teatro a contar lo que somos, lo que nos pasa, en el lenguaje que hablamos y entendemos. En el entendido de que el teatro es un arte multidisciplinario, creo que hay que extender el llamado a la dramaturgia convocando a actores, directores o diseñadores, por explorar nuevas maneras de convertir en teatro, la historia que los rodea y que llevan dentro.

¿Cómo se están formando las nuevas generaciones de dramaturgos en el país?
No hay una escuela dedicada específicamente a la dramaturgia que yo sepa. Hay talleres que encuentro muy oportunos, que de alguna manera saldan esa falta. Y, pues, se aprende a escribir escribiendo. Y leyendo. Se escribe desde la necesidad de echar un cuento, que si no escribes termina por hacerte daño. Se escribe en ejercicio de la curiosidad de lo hondamente humano, motor de lo que hacemos y de lo que dejamos de hacer.

¿Cree que existe un registro bibliográfico suficiente del teatro venezolano?
No. El teatro es la oveja negra del mundo editorial. Es el género literario que menos se publica. Y sospecho que hay más dramaturgia de la que se deja saber a través de las producciones o colecciones online o impresas. Tengo la impresión de que son muchos los que se han dejado fuera.

¿Cuál es la importancia de que dramaturgos e investigadores teatrales publiquen sus obras, teorías y análisis?
Publicar teatro es darle curso a lo escrito, en respeto de la dimensión literaria que la dramaturgia tiene. Más allá del telón, el teatro que se lee vive de otra manera. Y el teatro que se piensa, me refiero a las investigaciones y teorías del teatro, nos llena de razones. La curiosidad del dramaturgo abarca no solo lo que los otros dramaturgos escriben, sino también lo que se dice de lo que se escribe, lo que se entiende, lo que se descubre que hay detrás... Porque, como en todo acto creativo, hay instancias que escapan a la racionalidad del creador, que suceden como por arte de magia. Lo que proviene del inconsciente y que se ha dado en llamar “la inspiración de las musas”. Y es justamente en esos inexplicables a simple vista que las obras adquieren su más profunda humanidad. La teoría y el análisis entonces son herramientas que no solo pueden revelar a los creadores algo de esas razones, ocultas y fundadoras, sino que también dota al espectador y al lector de herramientas para la comprensión.

¿Y por qué es relevante leer teatro?
Leyéndolo es que se termina de entender el teatro en toda su dimensión, en la estatura literaria que la dramaturgia tiene y le otorga. No se puede olvidar que lo que le da sentido y estructura el espectáculo, lo que soporta la anécdota que sucede sobre la escena y que se vive y emociona a los espectadores, es el texto dramático. Pero, paradójicamente, mientras menos se note lo escrito cuando es ejecutado sobre la escena, quiero decir, mientras más parezca salido espontáneamente de los labios del actor, pues mejor. Una ingratitud. Pero si bien el texto dramático se construye para ser vivido sobre la escena de la manera más natural posible, está pensado, construido, con una rigurosa poética que trasciende la pura imitación de la realidad. Por eso, la experiencia del espectáculo se completa de manera insospechada con la lectura del texto dramático. Me complace comentar, además, que la dramaturgia es un género literario muy sabroso de leer, pues involucra necesariamente al lector de manera creativa, cuando queda a cargo de imaginar los movimientos de la escena, de fantasear el atuendo, alguna mirada, la temperatura, un tono o un lugar, una intención o una razón, a partir de la palabra escrita para ser dicha. En un juego en que el lector ha de echar mano activamente de sus referentes para completar la historia. Mucho más que en otro género literario, pues el teatro no se escribe con descripciones físicas ni emocionales, el teatro se escribe en acciones; sucede en vivo, se ejecuta, se hace... a partir de allí cada quien sospecha lo que el personaje siente, piensa o quiere... Por eso es tan activamente divertido. Como la vida misma.


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