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Ysa en LA II:
Yo lo que quiero es un ambiente de respeto


Por ese entonces ella veía The Handmaid’s Tale, basada en una distopía de Margaret Atwood en la que las mujeres no tienen derecho a trabajar, leer, escribir, manejar propiedades o dinero. Uno de los personajes en una etapa anterior había sido doctora. Debido a una emergencia, alguien la busca y le pide que por un rato vuelva a ser lo que fue. La mujer se quita el uniforme y se viste de médica: por primera vez en mucho tiempo vuelve a reconocerse.

Por Lizandro Samuel





—Te tengo dos preguntas —soltó Ysabel, mientras imprimía la cuenta.

—A ver —David Beckham hizo un gesto de desafío.

—Si tuvieras que elegir entre el Manchester United y el Real Madrid, ¿con cuál te quedas?

—Ah, esa es fácil —Sonrió David— porque Manchester es mi casa. Obviamente amo el Real Madrid, fue ese club el que formó mi carrera, pero Manchester es mi casa y es donde siempre quiero estar.

Ysabel asintió.

—Ajá. Ahora imagínate que puedes crear un equipo y traer a jugadores de cualquier parte del mundo. A quién ficharías: ¿a Messi o a Cristiano?

—No, no —Beckham hizo aspavientos—, esa pregunta es muy difícil.

—¡Te van a matar! ¡Si no eliges a uno, te van a matar!

—Bueeeeno, es que es complicado. Porque Cristiano es muy buena persona…

Ysabel había sido contratada en un local de sushi. En poco tiempo la trasladaron a la sede de una de las zonas más opulentas de la ciudad, donde se le hizo rutina atender a celebridades como Matthew McConaughey, Jay Z, JC Chazez, Harry Styles, Bella Hadid, entre otras. Se asustó la primera vez que vio entrar a Justin Bieber: creyó que le destruiría el local. Le escribió a su prima, que es súper fan del cantante. La segunda vez que vio a Justin se animó a cumplir con la solicitud de su primita:

—Bróder, yo no hago esto porque me parece invasivo. Pero, bueno, quiero mucho a mi prima. Resulta que ella es muy fan tuya y le encantaría que le mandes un saludo en video.

—Oye, de verdad discúlpame —Justin juntó las manos—, discúlpame de corazón: dile a tu prima que la amo, pero estoy cansado de los videos y las fotos, ahorita solo quiero comer en paz. En otra ocasión, seguro. ¡Pero dile que la amo!


El maltrato que había vivido Ysa en el restaurante anterior había quedado atrás. No obstante, su sueño todavía no se cumplía: ser productora en Hollywood. Todo pareció estar mucho más cerca cuando le dieron el permiso de trabajo. Ahora sí podría hacer de forma legal lo que hasta entonces había hecho bajo cuerda. Aplicó a cuanta solicitud encontró en el área de producción.

Al tiempo sacó cuentas. Ella y su hermana seguían viviendo en la casa de la pareja que les había alquilado una habitación. Cada una pagaba 650$. Ysa, además, aún le debía 2 600$ de los meses que estuvo sin pagar mientras conseguía su primer trabajo. Su casera se había vuelto cada vez más quisquillosa. Si antes, cuando estaba recién mudada, la dejaba llevar amigos y compartir en el patio trasero, ahora era capaz de regañarla si una amiga suya, que necesitara orinar con urgencia, entraba a usar el baño que tenía en su cuarto.

Ysa conversó con su hermana. Podían alquilar un apartamento solo para ellas pagando alrededor de 2 000$ mensuales. Claro, de entrada debían dar depósito más uno o dos meses de alquiler. Cada una viviría un mes en casa de una amiga, así guardarían la mayor parte de sus salarios y lo usarían el mes siguiente para alquilar el lugar al que le habían puesto el ojo. Ahorraron y cuando vieron que ya era posible decidieron mudarse. En su despedida su casera se sentó a conversar con ella. Le deseó suerte. También le extendió un contrato en el que Ysa se comprometía a pagar la deuda. El monto, sin embargo, era de 750$ más de lo debido. La casera le explicó que eran cargos por haber usado alguna chaqueta, que si por un paraguas y cositas por el estilo que Ysa no tuvo ánimo de rebatir. Salió de la casa junto a su hermana, con la vista en el futuro y el peso de una deuda sobre los hombros.

En su tiempo libre trabajaban en una especie de agencia de festejos. Su amiga Luisa les había cuadrado la chamba. Eran mesoneras en reuniones que se celebraban en casas que costaban millones de dólares, en las que las familias comían como si hubiesen pasado siglos sin llevarse alimento a la boca. Una vez iba a retirar uno de los tres platos ya vacíos que tenía enfrente una mujer y esta le dio una palmada en la mano. Ysa no supo cómo reaccionar. Como tampoco cuando un par de chicos le dijeron: “¿Nosotros podemos contratarte a ti aparte?”.

Ellas les dejó claro que su trabajo era servir comida, no su cuerpo.

Aplicó para un trabajo en Apple Music. Pasó varias pruebas hasta que se cayó en una de las últimas. También la llamaron de una productora en Nueva York. La reclutadora le preguntó cuánto aspiraba ganar, Ysa se asesoró y le dijo que 70 mil dólares el año. La reclutadora respondió que le parecía bien, pero que necesitaban entrevistarla en persona y no le iban a cubrir el pasaje. Ysabel lo pensó durante una noche. El viaje era caro. Con suerte, a final de mes, a ella le sobraban unos 100$. Un ejemplo: un DJ que les gustaba a ella y a su hermana visitó LA. Entre las entradas y el Uber, les podía salir todo como en 30$. No fueron: no estaban en condición de darse esos lujos. Si Ysa viajaba a Nueva York y no era seleccionada, podían vérselas complicadas para pagar el alquiler del mes siguiente. Declinó la oferta.

En el local de sushi las cosas sí marchaban con cierta armonía. La trataban bien, podía comer cuanto quisiera y de algún modo era entretenido conseguirse con tantas celebridades. Un domingo, cuando Justin Bieber fue a pagar se empezó a tocar de forma desesperada los bolsillos. Puso cara de horror.

—¿Qué pasó? —preguntó Ysa tras el mostrador—, ¿se te perdió la cartera?

—Sí. Lo siento, lo siento. Discúlpame.

—¿Quieres ir al carro a buscarla?

—¡Sí!

La camioneta estaba estacionada delante del restaurante. Era grande y rezumaba lujo. Justin se metió hasta debajo de los asientos. Regresó tan pálido que casi se podía ver a través de él.

—¡Perdóname, perdóname! —rogó—. Mira, yo vivo a dos minutos de aquí. Puedo ir a mi casa a buscar el dinero.

Ysa pensó en perdonarle la cuenta. Concluyó que Justin Bieber no necesita que le den comida gratis.

—Tranquilo. Si quieres yo la pago y tú me pasas el dinero a mí.

Una de las mesoneras, tan fan de Justin que ni siquiera podía hablarle, intervino:

—¡Yo te pago la comida, pero te tomas una foto conmigo, por favor!

Justin interrogó a Ysa con la mirada.

—¿Sí?

Ysa se encogió de hombros.

—Si tú te quieres tomar la foto, dale –respondió.

—De querer, no quiero. Pero si tengo que hacer eso para pagar la comida, ¿qué más me queda?


Después de dos años y dos meses de haber llegado a LA, luego de trabajar en el restaurante en el que padeció maltrato y de casi año y medio en el local de sushi, Ysabel recibió, al fin, una oferta de un canal de televisión. Era para ser asistente de producción de un show para audiencia latina.

Por ese entonces ella veía The Handmaid’s Tale, basada en una distopía de Margaret Atwood en la que las mujeres no tienen derecho a trabajar, leer, escribir, manejar propiedades o dinero. Uno de los personajes en una etapa anterior había sido doctora. Debido a una emergencia, alguien la busca y le pide que por un rato vuelva a ser lo que fue. La mujer se quita el uniforme y se viste de médica: por primera vez en mucho tiempo vuelve a reconocerse.

En su primer día en el canal Ysa recibió su carnet, puso la huella en la entrada, se sentó en la computadora que le asignaron y sintió que al fin se quitaba un disfraz. La realidad, al fin, se ponía de acuerdo con lo que tanto repetía en su mente: ella era productora.
           

Le pagaban 11$ la hora, por lo que debió seguir con el trabajo ocasional de servir comida en fiestas. Aunque era asistente de producción, su jefa —que casi nunca estaba— le endilgaba responsabilidades ajenas al cargo.

Otra de las cosas que la continuaba preocupando era la deuda con su primera casera. Era irónico. La mujer y su esposo la habían recibido con especial cariño, haciéndole el favor a una amiga en común, la primera vez que visitó LA. En ese entonces fue justamente el papá de Ysa el que le dio la idea a la pareja de alquilar las habitaciones de su casa. Tres años después, cuando Ysa migró de forma definitiva el trato no había sido tan amable. La mamá de Ysa, en un momento dado se consiguió en Venezuela con la mujer en cuestión, quien pasaba unos días libres allá.

—Cónchale, a mí lo que me preocupa es esa deuda que tiene Ysa —le dijo su mamá—. Ella está muy estresada por esa deuda que tiene contigo. Tú has visto las bolas que le ha echado, lo duro que le ha tocado. Le está poniendo un camión de ganas. Y de verdad le preocupa mucho la deuda. No quiere meterse en problemas por eso.

—Tranquila —respondió la mujer—, Ysa es una buena muchacha: yo sé que ella va a encontrar la forma de pagar.

En el canal apenas soportaba a Úrsula, su jefa. Algo por el estilo conversó con una compañera por WhatsApp. Úrsula les revisó el celular: ¿cómo era posible que “hablaran mal” de ella a sus espaldas? Les notificó que Recursos Humanos se iba a enterar. Ysa se puso nerviosa, hasta que cayó en cuenta de que lo que había hecho Úrsula era un delito. No obstante, en Recursos Humanos las reprendieron con un sermón y nunca se hizo mención al hecho de que la jefa violara la intimidad de sus empleados.

Con el tiempo el jefe de otro show del canal se fijó en Ysa. Luego de engorrosos vaivenes, en los que cada quien rugió marcando territorio, uno de los directivos le dijo a Ysa que si quería irse al otro programa le iban a aprobar el cambio: ella había demostrado ser un activo valioso y no querían que se quemara.

Aunque su sueño era la televisión estadounidense, comenzó a disfrutar del morning show que dirigía un cubano que le mostró que no todos los jefes latinos tratan como plastas a sus empleados. Eso sí, en un buen día dormía seis horas. En promedio dormía tres. Pero comenzaba a disfrutar del trabajo y hasta pasó a encargarse de producir un segmento, con lo que su poder de toma de decisiones aumentó. Lo único que le causó malestar, más allá de las jornadas intensas, era el acoso que sufría por parte de uno del encargado del equipo técnico. Ysa no quería meterse en problemas: prefirió no denunciar.

Después de unos cuantos meses el canal quebró. Lo rescató un nuevo dueño que decidió cancelar varios programas. Entre esos en el que trabajaba Ysa.

Ella abandonó el canal llorando. Ese día tenía pautado su primer viaje de recreación desde que había llegado a Estados Unidos. Salió rumbo a Arizona donde se casaría una de sus mejores amigas de la infancia. Su rostro era el de un video musical de despecho en blanco y negro. El lunes siguiente no se pararía a las tres de la mañana ni volvería a vestirse de productora. ¿Cuál iba a ser su razón de ser?

En ese viaje conoció El Gran Cañón. De pie frente a la inmensidad del paisaje, recordó cuando entró en Venevisión a hacer pasantías. Trabajó en A que te ríes y, aunque no era el tipo de programas que le interesaban, la experiencia la embelesó. Su jefe, Julio, se sentó a hablar con ella. Le preguntó qué quería. Ella respondió que hacer televisión.

—Yo te voy a dar un consejo —empezó a decir el hombre—. No me vayas a malinterpretar: yo amo mi trabajo, soy bueno y tengo mucha cancha para hacer cosas. Pero siento que estoy nadando en una piscina, una piscina grande y sin obstáculos, en la que puedo moverme por donde yo quiera, pero que está cubierta por una cúpula de cristal que me impide salir. La gente que se graduó conmigo y emigró ahorita está en diferentes partes del mundo haciendo una televisión muy interesante y viviendo unas cosas muy finas. Y yo siento que no tengo esa oportunidad. Ojo, si lo que quieres es quedarte aquí, finísimo, tienes las puertas abiertas y vamos a inventar cosas y qué de pinga que puedas trabajar en el país. Pero si tienes ganas de vivir cosas diferentes, te aconsejo que, si tienes chance, migres un rato. Puede ser para quedarte, para estudiar, para trabajar afuera. Pero ve otra cosa. Si tienes la oportunidad, claro.

¿Eso era vivir otra cosa? ¿Las dificultades para abrirse un hueco en Estados Unidos, el trato déspota de algunos de los jefes que había tenido en el canal, lo imprevisible y etéreo de todo? Hizo varias inhalaciones y exhalaciones hondas. Recordó las historias de vida que había producido en el último show, los casos de superación que había conocido. Se acordó de sus amigos en Venezuela, de los obstáculos que sorteaban.

—¿Tú eres estúpida? —se dijo a sí misma—. El mundo es un lugar inmenso ¿y tú estás llorando por un trabajo?



Iba caminando tras la tarima con su nuevo jefe rumbo a un camerino que le habían habilitado a él. En eso pasó alguien trotando en dirección contraria: “¡Se acaba de enterar que chismearon que ella y el calvito este tenían algo, se molestó y no quiere salir a escena!”, gritó.

Ysa y su jefe se vieron las caras. Se devolvieron sobre sus pasos a toda velocidad.

Luego de que cerrara el canal y del viaje a Arizona Ysa hizo lo único que podía: seguir buscando. Con más paciencia, con menos urgencia: disfrutando de su tiempo libre y del poco colchón económico del que disponía. Las aplicaciones para los cargos de televisión, por lo general, son anónimas: no te especifican para qué te estás postulando. Luego de no atender una llamada de un número desconocido se consiguió con un mensaje de voz. Una reclutadora le decía que había superado las pruebas y que su perfil hacía match con lo que ellos buscaban. Por favor, que le devolviera la llamada a tal número. Ysa marcó.

“Buenas tardes, usted se ha comunicado con las oficinas de Warner Channel”.

Soltó el teléfono. Su hermana la calmó, la instó a llamar de nuevo.

Estaba compitiendo por un empleo en el programa de Ellen DeGeneres. La reclutadora le hizo la entrevista por llamada. Le explicó que ya a estas alturas la decisión estaba entre ella y otra persona. Antes de colgar le preguntó qué quería.

—Mira, la verdad es que lo que yo quiero es un ambiente de trabajo de respeto, de apoyo, de tolerancia, en el que todos seamos un equipo y nos compenetramos bien.

Esto fue unos meses antes de que estallara el escándalo de maltrato laboral en el show.

—Yo creo —le comentó Ysa a su hermana poco después— que si a mí me hubiesen seleccionado y hubiera empezado a trabajar en algo que sí era como mi sueño y me hubiesen maltratado como ha sucedido hasta ahora con los latinos, no es que hubiese renunciado, es que hubiera salido tan quebrada como para abandonar la idea de ser productora.

Un conocido productor mexicano, a quien había tratado en el canal, la llamó para ver si le interesaba llevarle las redes sociales. Ysa aceptó y trabajó en buena onda. Sobre todo en la organización de uno de los premios más importantes de la música regional mexicana, en donde una conocida cantante y actriz iba a hacer un homenaje a Selena. La única condición que puso para ello la cantante mexicana era que la esposa del productor se mantuviera al margen y dejara de difundir la mentira de que ella “tenía un romance” con un actor famoso por su machismo.

El día de los premios, una de las actrices del canal escuchó tras bastidores que la esposa del productor hablaba del tema. Corrió al camerino de la diva.

Cuando Ysa y su jefe se enteraron del berrinche hicieron lo propio. Ysa quedó boquiabierta viendo a la cantante mexicana hacer gestos de telenovela mientras gritaba:

—¡Ahora sí me enojé, wey, ahora sí me enojé! ¡Yo-no-me-voy-a-subir-a-ese-escenario! ¡Se fue todo, la neta, la neta: no me voy a subir!

Ysa tuvo que salir del camerino para que la diva no la notara riéndose: ella había crecido viendo a la mexicana actuar así en televisión. Tuvo que trabajar con ella para darse cuenta de que, en realidad, la diva no actuaba: era un culebrón en vivo.

Al final, con la pandemia por la covid-19, Ysa volvió a quedarse sin trabajo. Recurrió a la ayuda del Gobierno para afrontar la coyuntura y decidió no tocar el dinero ahorrado con el que planeaba pegarle a su primera casera. Los meses pasaron, volvió a trabajar en un show del canal en el que ya había hecho de productora y en el que enfrentó nuevos abusos. Allí, con cierta estabilidad, pagó los 3 350$ que adeudaba y sintió que cerraba un ciclo.

La vida, así lo entendió, no le debe nada y lo único seguro es la muerte. Aunque ha invertido casi toda su energía en buscar/mantener trabajo, extraña a sus padres y echa de menos el tiempo para explorar su vida romántica. Sea como sea, ya no tiene apuros. Aprendió que el mundo es demasiado grande como para sufrir por los caprichos de la celebridad de turno.


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